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Mujeres sanjuaninas y otros relatos populares

Un gran maestro de campeones

José "Pepe" Martín, un referente del boxeo sanjuanino, rememora su trayectoria desde las primeras peleas en su infancia hasta convertirse en director técnico y mentor de campeones, dejando un legado de dedicación y pasión por el deporte que perdura en el corazón de la comunidad. 

José "Pepe" Martín nació un 6 de diciembre de 1929 en la entonces Villa Yornet (Estados Unidos entre San Luis y Libertador), a tan sólo once cuadras de la Plaza 25 de Mayo. En esta tradicional barreada convivirían varias glorias del deporte sanjuanino como Rafael Rebollo (boxeador), Rafael Pérez (director técnico), Mario Pereyra, el de la sombrerería (dirigente y comentarista deportivo y padre del famoso locutor) y el "Colita" Andino, varias veces campeón mundial de hockey sobre patines, entre otros. 


Esta barreada sería también la cuna del Club Raúl Landini, que todavía pervive en la calle San Luis casi Patricias Sanjuaninas, de donde surgieron otras tantas figuras del boxeo sanjuanino, cuyo panegírico es aún materia pendiente de tantos jóvenes que año tras año egresan de la Universidad y le adeudan a San Juan tantas historias como la de esos ídolos solamente derrotados por el olvido... 


Antes de ser maestro, don Pepe fue un discípulo ejemplar. En realidad, la vida boxística de don Pepe comenzó desde muy joven. Casi podríamos decir que aprendió a pelear junto con las primeras letras, o más precisamente cuando volvía de la escuela y se le atravesaba algún Goliat que, ignorante, incrédulo o engreído como aquel otro de la Biblia, no conocía el final de la historia. 


Lo cierto es que "antes del terremoto del 44 ya me entrenaba –tenía 15 años, recuerda-, y después del terremoto comencé a hacer peleas. Habré hecho unas 30 peleas, lógicamente como aficionado, no como profesional, y de las 30 perdí una sola, aunque empaté muchas. Claro, tenía a uno de los mejores directores técnicos de boxeadores que ha tenido San Juan: don Rafael Pérez, que pertenecía al Club Landini, donde yo me entrenaba muy a pesar de mis padres, a los que no le gustaba que yo peleara. Después me fui al Club Mocoroa –dice sin resignación-, cosa que siempre me arrepentí de haber hecho. Tendría que haber seguido en el club de mi barrio... Hoy estoy arrepentido de haberme ido del club de mis amores, donde prácticamente yo nací". 


Cuando el amor gana por nocaut 
Ya un joven veinteañero, en una familia de ocho hermanos (vivía con su familia en Estados Unidos 45 Norte), con ganas de independizarse y ganar su propia plata, el novel y promisorio boxeador rumbeó para la provincia de Córdoba. Allí comenzó a entrenar nuevamente, pero como había ido a trabajar "tenía que dedicarme a eso". Sin embargo, antes de "eso" volvió a probar con el boxeo. 
"Yo me entrenaba en un club de Alberdi -me contó-, y había un muchacho en el Barrio Las Palmas que también era boxeador y tenía que ir a pelear a Santiago del Estero, pero no quería ir. Entonces le pregunté: 
- ¿Cuánto te pagan? 
- Cincuenta pesos, le contestó. 
- Bueno, 30 para mí y 20 para vos y voy yo. 
El boxeador habló con su director técnico y el director técnico lo llamó a Martín, que comenzó a entrenarse con él. Cuando lo vio pelear, se entusiasmó y comenzó a hacer planes para ir a pelear primero a Cosquín y a La Falda, y luego al Central Córdoba (el Luna Park cordobés) de manera profesional. 


"Pero entre tanto conseguí trabajo en una bicicletería y preferí el laburo, porque lo necesitaba más que seguir boxeando, aunque me gustaba mucho. También me habían llamado de la Fábrica Militar de Aviones adonde había rendido para entrar. Pero decidí no aceptar porque ya trabajaba en la bicicletería que era mi oficio y en el que ganaba bastante bien. Yo había trabajado desde los 12 años en la bicicletería de los Rebollo".

La suerte estaba echada.
Lo que el Pepe no se imaginaba es que volvería a pelear, pero esta vez sería el amor el que le lanzaría un cros de izquierda y le ganaría por nocaut. Fue entre idas y venidas del gimnasio al trabajo y del trabajo al gimnasio, que conoció a aquella hermosa chica del Barrio Las Palmas –Marta Angélica Suárez-, con la que al poco tiempo decidió cruzar caricias y con quien perdería la pelea de fondo de su vida, de la que nunca más se recuperó, y con la que llegó a festejar, con 77 años cumplidos, las bodas de oro de su última pelea de amor. 
Ya casados y con hijos decidieron vivir en San Juan. Pero, donde hubo fuego, cenizas quedan, y no obstante estar casado y tener cuatro hijos, las llamas del boxeo volvieron a flamear. 


De boxeador a técnico 
En San Juan volvieron a aparecer los amigos del ring, y aunque el horno no estaba para bollos, a Martín se le brindó la oportunidad de comenzar la carrera de director técnico y de fundar un club de box. 


"Todo comenzó un día que estábamos reunidos con otros tres muchachos del Barrio Huazihul, más jóvenes que yo, allá por los años 60. Yo tendría más o menos 30 años, estaba casado y tenía ya mis cuatro hijos. Y bueno, como conocían mi trayectoria de boxeador, me propusieron que hiciéramos un club de boxeo y que yo lo dirigiera en la parte técnica y profesional. Y así fue: fundamos el Club Rafael Rebollo, que enseguida se afilió a la Federación Sanjuanina de Box. Hicimos aquí, en el fondo de esta misma casa del Barrio Huazihul, un ring con troncos de durazno y una sola soga. Hicimos rifas y beneficios para comprar guantes, cuerdas, bolsas y todo lo que nos hacía falta". 


Los integrantes de aquel grupo eran José Gil, Sotomayor, Víctor Ante, a los que se sumaron luego Pedro Echeverría, César Sánchez y otros que integraron la primera comisión directiva del club. Parece que la idea prendió fuerte y rápido, tanto que a los tres meses comenzaron a hacer debutar boxeadores. 
Como reconoce Martín, "yo aprendí a ser director técnico junto con los muchachos a los que les comencé a enseñar a boxear. Claro, había tenido muy buenos maestros como boxeador: Rafael Pérez en el Landini, y en Córdoba al profesor Arcino. Recuerdo que yo le decía a Arcino que todo lo que yo sabía se lo debía a él. Pero él, sabiendo que yo había tenido anteriormente muy buenos maestros, me contestaba: 
- Usted sabe más que yo. 


Lo cierto es que en los entrenamientos de Córdoba se juntaba mucha gente para verlo. 
Pero volviendo al gimnasio del Barrio Huazihul, donde las duchas eran el remanso del canal que pasaba por el frente de la calle Coll 313, comenzaron a llegar los muchachos a entrenarse, a pesar de que muchas madres no querían saber nada con que sus hijos fueran boxeadores. Llegaron a ser entre 30 y 40 chicos. Así fueron llegando al club muchachos que después fueron profesionales, como Víctor Echegaray, Rodolfo Díaz, Eduardo Acosta, Hugo Quintero, Víctor Ante. 


"Recuerdo que un campeón olímpico de aquella época, Benito Vega, peleó con mi pupilo Acosta que le ganó por puntos. Esa fue una de mis primeras satisfacciones como manager" "Pero una vez que comencé a adquirir experiencia –cuenta Martín con cierto orgullo paternal-, ya no los hacía debutar a los tres meses. Los tenía preparando por lo menos ocho meses. Había veces que los mismos chicos querían pelear antes de los ocho meses, pero yo les decía: 
- Si querés pelear andá a otro club. Acá mientras no tengas ocho meses de entrenamiento, no vas a pelar. 
Y cuando finalmente peleaban, por lo general debutaban ganando. Inclusive el público, viendo su buena actuación, les inventaba leyendas de peleas anteriores que no habían tenido todavía. Eran debutantes, pero parecían profesionales, tal la preparación que recibían. 


Y así, con la camiseta del Club Rebollo y de manager, Pepe Martín comenzó a participar en festivales de box y campeonatos. "En el Campeonato Argentino en Salta, a fines de la década del 60, preparé a tres pupilos míos: a uno de ellos lo mandamos de vuelta enseguida, pero los otros dos, Eduardo Acosta y Juan Bautista Matamoro, fueron subcampeones argentinos en sus respectivas categorías". A ellos se sumarían Ramón Peralta y Rodolfo Díaz (sanjuaninos, pero campeones cordobeses de la mano de don Pepe, en una de sus tantas vueltas a la Córdoba del amor de su vida) y, por supuesto, Víctor Federico Echegaray. 


Víctor Echegaray: campeón mundial sin corona 
"A Echegaray también lo tuve varios meses sin pelear, hasta que después de los ocho meses lo hice debutar en Pocito con un chico Millán. Fue una satisfacción muy grande, porque Millán ya tenía varias peleas y era pupilo de mi antiguo manager Rafael Pérez. El mismo Rafael me dijo: 
- Mirá, cuidalo a ese chico, porque este chico va a ser campeón. 


Después que lo hizo debutar a Echegaray en el box profesional lo tuvo 10 peleas, invicto: peleó con Corradi, con Búbica, con varios boxeadores de Mendoza. Y así fue que vinieron varios dirigentes del boxeo nacional a querer comprarle el contrato que tenía con Echegaray por 10 años. "Pero vender a Echegaray era como vender a un hijo, porque yo lo había formado desde los 16 años". 


Dejemos que sea el propio Echegaray quien nos cuente su experiencia con Martín, de la mano del periodista Omar Andrada, quien le hizo una entrevista para el Diario El Z0nda el martes 26 de diciembre de 2006. 


"Fue el primer técnico que tuve y llegó conmigo al final de mi campaña. Eso fue allá por 1965. Don Pepe me dio las primeras enseñanzas, que considero que fueron muy importantes, porque él tenía una especial atención por la técnica. Pero por sobre todas las cosas, me enseñó a boxear, y como yo tenía una pegada respetable, llegué hasta donde llegué". 


De todas maneras, como nos dice Martín, "querían llevárselo a Buenos Aires". Así que le dijo a Víctor: 
- Vamos a hacer una pelea más y de acuerdo a cómo ande lo mando a Buenos Aires". 
Le hizo una carta a Tito Lectoure (promotor del Luna Park) y otra al manager Juan Carlos Pradeiro, y recibió la contestación de que lo mandara nomás. 


"Yo también sentía la necesidad de progresar, de aprender más –coincide Echegaray-, y eso sólo lo iba a lograr en Buenos Aires. En esa época había muy buenos boxeadores como Héctor Pace y Carlos Aro, de los que aprendí muchísimo". 
Hechos los contactos con Tito Lectoure, Juan Carlos Pradeiro pasó a ser su entrenador. Sin embargo, admite Echegaray:
- "Yo considero que la enseñanza de don Pepe fue más que la de Pradeiro. Lo demás lo aprendí guanteando con los boxeadores que sabían más que yo". 
Tanto valoró y valora lo que le brindó don Pepe Martín, que nunca dejó de reconocerlo como su maestro. "Fue el que me enseñó a boxear y es como mi padre. Además, me aconsejó y preparó para la vida".  


Fue así que "cuando peleaba en Buenos Aires, hacía que le mandaran su porcentaje como manager, porque considero que fue el que más trabajó conmigo. Él me enseñó todo. Puso todo su esfuerzo, su sacrificio y debía tener su recompensa. Aparte, me enseñó sobre la vida que debía tener el boxeador, los cuidados y un montón de cosas que hicieron que fuera posible llegar a pelear por el título del mundo. Don Pepe es como un segundo padre para mí". 


Cuando le pregunto a don Pepe qué fue lo mejor que le pasó en el boxeo, me contesta: "Sin duda, sacar Campeón Argentino y Campeón Sudamericano de los Livianos Juniors a Víctor Echegaray, y luego llevarlo a pelear por el Campeonato del Mundo en Honolulú con el filipino Ben Villaflor, con quien empató según el veredicto del jurado –un robo-, y por esa razón no obtuvo el título que en el ring mereció". Por eso, con mucho orgullo, José "Pepe" Martín llama a su mejor pupilo "Campeón Mundial sin corona". 


De todas maneras, y a pesar de que no todas fueron rosas en la vida de don Pepe, quedan sus importantes logros: los boxeadores que aprendieron de él a ser tan deportivamente profesionales en el ring como íntegramente humanos y buenas personas en la pelea por la vida… donde el jurado es siempre la propia conciencia. 

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