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Mujeres sanjuaninas y otros relatos

El maestro mayor de los floristas sanjuaninos

Hugo Puriz Sosa, un hombre que dedicó su vida al arte de la floristería. Desde su llegada a San Juan en 1944, se convirtió en el maestro de muchos floristas, creando hermosas coronas y arreglos que embellecieron celebraciones y momentos importantes. 

Foto ilustrativa generada por IA.

Lo recuerdo sentado en una reposera playera, tomando el sol sanjuanino en la puerta de su última casa alquilada penosamente con las monedas que ganaba su segunda esposa trabajando afuera, y los pocos pesos que él aportaba de su pensión. 


Dicen que había ganado mucha plata como florista, pero que la había perdido jugando. Argentina López, casada con él en segundas nupcias después de la muerte de su primera esposa 35 años atrás, tenía otra versión: "A él nunca le interesó la plata, fue siempre más artista que comerciante, por eso hoy no tiene otra cosa que una pensión de $ 97 que le dio el actual gobernador cuando era senador". Fue lo único que dijo ella en aquella entrevista que le hice a don Hugo Puriz Sosa en agosto de 2004. Lo único que pedía para su esposo era que lo reconocieran como artista. Fue por eso que decidí incluirlo en estas historias, como un pequeño homenaje a su trayectoria profesional. 


Sosa era oriundo de Montecristo, Córdoba; bonaerense de Pergamino por adopción (donde todavía se conserva la casa paterna), porteño de Villa Lugano, y desde 1944 cuando vino desde Capital en tren a ver el terremoto en nuestra provincia y se quedó, el mayor florista que haya tenido San Juan. 


Hugo Puriz Sosa se formó con el mejor florista de la década del 40 en Buenos Aires, don Marcelino Cortez. Trabajó en la más grande florería de Capital Federal con Mario Camoirano. En San Juan llegó a tener hasta cuatro florerías al mismo tiempo, y como él me contaba con sus 82 años muy bien llevados, desde que llegó en 1944, después de hacer la milicia en Campo de Mayo, "he tenido florerías en todo San Juan. En Jáchal, Caucete y aquí en el Centro. Yo he sido el maestro de todos los floristas, hasta de don Dino Minnozi (importante empresario sanjuanino) y de don Argentino Agüero, floristas de Florería Argentina", tal vez la mayor florería de San Juan en la actualidad. 


Florista de corazón 
Apenas llegado de Buenos Aires, le compró la florería Leon D’eor (León de Oro) a un señor francés de apellido Guillemain. Estaba ubicada en el Edificio Ford, frente a don Alberto Castilla (el dueño de la concesionaria), que era quien vendía los autos último modelo de esa época. Fue después de hacer esa primera y exitosa experiencia en el oficio y arte que más conocía, que se casó y tuvo sus cuatro hijos. Entonces decidió ir a vivir a Caucete, a una casa del Barrio Cobas que le había entregado el Departamento de Reconstrucción, donde armó su nido. 


En Caucete tuvo su segunda florería: Las Violetas. Pero la enfermedad de su esposa lo obligó a volver a la ciudad de San Juan, aunque en realidad fue a vivir a Santa Lucía, adonde alquiló el chalet de doña Luisita Aberastain en la calle Hipólito Yrigoyen "frente a lo de Flores Varela, el de las carnes, a dos cuadras de la plaza". 


Por supuesto, siguió incursionando en el rubro de la florería, de tal manera que "en esa época hice plata: venían de Caucete, Las Chacritas, 25 de Mayo, Las Casuarinas". También "estuve veinte años trabajando con el Vivero Las Gardenias. En el centro tuve florería en Mitre y Tucumán, en Santa Fe y Rawson (en lo del negro Blanco, el vendedor de autos). La última florería que tuve se llamó Los Lirios y estaba ubicada en 9 de Julio y Rawson, en la esquina de Don Bosco". 
Hasta Jáchal supo de su arte: "Allí viví en una casa que era de los Campanello –dueños de la radio- que estaba frente al INTA. La florería se llamó también Las Violetas". 


"¡Para la vieja, pibe!"
Hijo de ferroviario –su padre era guarda y viajaba todos los días de Pergamino a Retiro-, Hugo trabajó de telegrafista en los ferrocarriles. Pero siendo todavía chico, cuando se ganaba unas monedas "lustrando timbos" en la vereda del Hotel Roma de Pergamino, Avenida de Mayo y San Nicolás, frente al Teatro Victoria, se apareció nada más ni nada menos que Carlos Gardel. Había un concurso de tango y participaba el ya famoso cantor, así como don Hugo lo recuerda: 
"Yo estaba en la esquina lustrando unos tamangos y de pronto apareció Carlitos con Riverol y Lepera. 
Va pasando y le digo: 
- "Carlitos, ¿le llevo la viola al teatro?". 
Entonces le digo a mi compañero: 
- "Che, Sicuta, cuidame el cajoncito que ya vuelvo". 
- "Sí, Chimenea (apodo que le quedó por fumar desde los siete años, según él mismo cuenta), andá tranquilo". 
Llegamos al Reina Victoria (el dueño se llamaba Raggi), le paso la viola a Carlitos y le digo: 
- "Carlitos, tome la viola". 
Mete la mano al bolsillo y saca un billete medio amarillón y verdoso (10 pesos de la época): 
- "¡Para la vieja, pibe!".
Salí rajando hasta llegar a mi casa, en la Av. Córdoba 450... 
- "¡Mamá, mamá, Carlitos me dio este billete!".
"Mi mamá me mandó enseguida a uno de los turcos que había en el barrio y me acuerdo que compré cinco centavos de una cosa, cinco de otra, cinco de esto y cinco de aquello, hasta gastarme los 10 pesitos. Recuerdo que le llevé hasta cinco de vino a mi papá, que sabía guardarlo en una botellita de anís 8 Hermanos para el viaje a Retiro. Y mi mamá llenó la despensita de mercadería". 


¡El primer premio para..! 
Don Hugo Sosa fue un gran arreglador floral, aparte de hacer las mejores coronas de San Juan. Como nos aclara su esposa, "a él no le importaba si las coronas llevaban cinco, veinte o cien claveles. Lo importante para él era la corona". 


Con su arte de arreglador floral ganó varios premios y engalanó muchas fiestas y casamientos en San Juan. Con otro importante artista sanjuanino, Mario Vinzio, con quien fue muy unido, hizo un gran escudo natural para una celebración del 9 de Julio, encargado por el gobierno del general Carreras, interventor en San Juan de la Revolución Libertadora. El enorme escudo tenía 33 soles y el gobierno decidió que lo expusieran junto a la estatua de Fray Justo Santa María de Oro en la Plaza 25 de Mayo, ante la admiración de todos. 


Como arreglador floral realizó la inauguración de muchas casas comerciales: El Cóndor, Sastrería Constanza, The Sportman, entre otras. Para la inauguración de la Casa Diz ganó el primer premio con una estatua negra, que Hugo Sosa había rescatado del sótano de la casa comercial: "Le crucé una cinta con orquídeas entre las piernas de la estatua desnuda y la llamé ‘Mujer del Trópico cubriéndose el pudor con una orquídea’. La señora del general Carreras se enamoró de mi estatua". 


En otra oportunidad en la que se casó la hija de un famoso comerciante de muebles –don Mario Golstein- en la Boite Estornell, "con Mario Vinzio también hicimos unos adornos florales con palomas abriendo las alas y con un gran cartel que decía ¡FELICIDAD! Me acuerdo que lo hicimos con orquídeas y rosas de Colombia". 


Un concurso memorable que ganó Hugo Puriz Sosa fue el de la Alianza Francesa. "Con motivo de realizarse un importante desfile de modas –relata el propio artista-, la Alianza Francesa organizó un concurso otoño-invierno de arreglos florales. Entonces tenía una florería que se llamaba Las Camelias. Yo había conseguido un tronco rústico que barnicé y lo arreglé con flores silvestres y hojas otoñales. La gente de Buenos Aires y las modelos que habían venido para el desfile bajaban para posar y fotografiarse junto al tronco que yo había arreglado. Cuando llegó la hora de los votos comenzó a salir una y otra vez el N°3 que era el del arreglo floral que yo había presentado. Obtuve el primer premio. Recuerdo que me dieron una placa de ónix". 


Así resumía el maestro de los floristas sanjuaninos su trayectoria, adornada con sus mejores coronas y arreglos florales por su talento de auténtico artista y buscador incansable de frescura y de belleza natural, que él sabía preparar tanto para los momentos felices como para aquellos más tristes de la vida. 


Ése era Hugo Puriz Sosa, que, con su infaltable pucho en la boca a los 82 años, todavía le quedaba talento para soñar con volver a Buenos Aires a reencontrarse con su papá, con su mamá, con Sicuta... y por qué no con Carlitos, para llevarle la viola en la inauguración de un nuevo cielo: ¡donde viven para siempre nuestros mejores recuerdos...! 

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