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Lunes 16 de Septiembre, 2024
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Mujeres sanjuaninas y otros relatos populares

Martina Chapanay, una gran luchadora federal

La historia de Martina Chapanay, descansa en la comodidad de la "leyenda", esa mezcla de ficción y realidad que huye del reconocimiento histórico. Aunque no es así. 

Imágen de la serie de ficción histórica Martina Chapanay: Mujer de cinco mil batallas.

La historia oficial no parece reconocer la existencia o importancia histórica de mujeres como Martina Chapanay, en la medida en que "no hay registro histórico" de los hechos que se le atribuyen, y entonces se la considera mezcla de realidad y ficción. 
En San Juan existen varias leyendas protagonizadas por mujeres, como la de la india Mariana en Pocito, la de la enamorada del diablo en las serranías de Valle Fértil, la de la Niña de Pachaco en Calingasta o la de la misma Deolinda Correa en Caucete. Y si se quiere también, la de la Pachamama (la Madre Tierra), que antagoniza con el indio Huampi o Gilanco, en la leyenda del Viento Zonda, o en su versión más negativa, la de María Musha, que habitaba la zona de Niquivil y asustaba a los niños en el siglo XIX.


La historia de Martina Chapanay, como en general la de muchas mujeres, dada esa "falta de registro histórico" de los hechos que protagonizó y de los sucesos históricos que generó, descansa en la comodidad de la "leyenda", esa mezcla de ficción y realidad que huye del reconocimiento histórico. Aunque no es así. 
Se conocen los registros del nacimiento y bautizo de Martina Chapanay (9 y 15 de marzo de 1799 respectivamente), aunque no los de su muerte, que se presume fue en 1887. 


Se admite que nació en la zona lagunera de Huanacache y era hija del huarpe Juan Chapanay y de la cautiva blanca Mercedes o Teodora González. 
Siendo muy joven, fue llevada por su padre a Ullum a la casa de una terrateniente del lugar, donde a cambio de sus servicios domésticos, Martina debía recibir casa, comida y educación. 
Ante la falta de cumplimiento de la contraparte, que no le prodigaría la tan ansiada educación, debió pensar Martina en cambiar su destino, por lo que se casó con un peón de la finca y huyó de aquel lugar. A partir de entonces, debido a su inquebrantable personalidad, transitó intensamente los avatares de la historia argentina del siglo XIX. 

Imágen del rodaje de la serie "Martina Chapanay, Mujer de cinco mil batallas".


Fue así que alrededor de 1820 buscó refugio junto a su pareja entre las huestes de Facundo Quiroga, reconocido caudillo federal de nueve provincias, entre ellas, San Juan. Debió participar entonces en las batallas de La Rioja (1823); El Tala, Tucumán (1826); El Rincón (1827), en Catamarca; La Tablada (1829) y Oncativo (1830), en Córdoba; Rincón de Rodeo, Mendoza (1830); y Ciudadela (1831), nuevamente en Tucumán, en la que perdió a su pareja. 


Después de esa larga campaña, resolvió volver a Ullum, pero no encontró el amparo esperado. 
Decidió entonces ir a vivir en las sierras que conocía como buena baqueana que era, debiendo vincularse para comer y subsistir con una banda de forajidos que asaltaba a los viajeros pudientes por aquellos caminos polvorientos. Así se convertiría en el personaje cuya leyenda habla de una émula femenina de Robin Hood en nuestra región, pero que desconoce su mérito como soldado federal, siempre al lado del "gauchaje vilipendiado de su época", como dice el Dr. Fernando Mo en el Tomo III de "Cosas de San Juan" (1988).


Fue la disconformidad con la vida de asaltante de caminos la que la llevó a ofrecer sus servicios militares a Nazario Benavidez e intervenir en la sangrienta batalla de Angaco. Esa situación la llevó a su vez a vincularse con el caudillo riojano Ángel Vicente Peñaloza (auténtico federal del Interior, como Nazario Benavidez), a quien acompañaría en sus campañas anti porteñas como escolta y espía militar, sin dejar nunca de participar en las batallas muñida de su lanza. 


Sintiéndose nuevamente fatigada por la guerra civil, fue a vivir a Valle Fértil, donde pudo ejercer dignamente su oficio de baqueana, rastreadora, boleadora de animales cimarrones y ciudadana ejemplar. 
Con el peso de los años a cuesta, y sin más recurso que su caballo y aperos que le servían de cama, decidió pasar sus últimos días en pueblo huarpe de Mogna, entre sus ancestros por parte de padre, donde encontró la paz para bien morir.  

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