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Viernes 20 de Septiembre, 2024
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Raíces de la identidad sanjuanina

Teresa Ascensio, fundadora de nuestra estirpe

La hija del cacique Huarpe, al casarse con el capitán español Mallea, dio inicio a una estirpe mestiza que define la esencia cultural de San Juan y América Latina.

Teresa Ascencio y el capitán español Eugenio Mallea. Imagen generada por IA.

Así como Malinche o Marina es la madre del primogénito de nuestra raza americana -Martín Cortés, hijo de dos mundos y heredero de un Mundo Nuevo-, así también, Teresa Ascensio es la progenitora de nuestra estirpe sanjuanina. 


En efecto, resulta necesario reparar en ese hecho fundamental que ocurrió poco tiempo después de la fundación de San Juan para entender cómo es que fuimos y somos sanjuaninos. El 20 de mayo de 1563, en el Día de la Ascensión, la hija del cacique Angaco fue bautizada con el nombre de Teresa de Ascensio, y a menos de ocho años del acto fundacional de 1562 se había casado con el capitán Mallea, segundo en el mando de la expedición de Juan Jufré.

El capitán español Eugenio Mallea y Teresa Ascencio. Ilustración generada por IA.


Esa unión traería consecuencias "irreparables", y la historia ya no podría volver atrás, porque la huarpe Ascensio y el español Mallea tuvieron seis hijos: Julián Ascensio de Mallea; Elvira Guerrero de Mallea y Ascensio, mujer de Juan de Barrera y Estrada; Luciana de Mallea y Ascensio, mujer de Baltasar de Quiroga y Lemos, natural de Chile; Petronila de Mallea, casada con Juan Gil de Heredia; Cristóbal de Mallea, marido de una de las hijas de Alonso Rodríguez Lucero; y Eugenio de Mallea y Ascensio.


Por mera consecuencia natural de descendencia, los hijos de Teresa Ascensio y el español Eugenio Mallea resultan ser nuestro antecedente germinal directo más lejano, con una particularidad que no permite volver atrás la historia: a partir del nacimiento de los hijos de Mallea y Ascensio, no seríamos más españoles ni huarpes sino indo-hispano-americanos, es decir, sencillamente latinoamericanos, nombre que resume por estos días nuestra identidad continental.


En ese caso, nuestros abu-orígenes (abuelos) son los hijos e hijas del capitán español y la princesa huarpe, es decir el resultado de la fusión de lo hispánico y de lo autóctono, constituyendo así, por más de cuatro siglos, una nueva raza: la "quinta raza o raza cósmica", como la llamara el mexicano José Vasconcelos, "fruto de las anteriores y superación de todo lo pasado". Esa es a partir de entonces nuestra estirpe, mitad de la cual nos la proporcionara Teresa Ascensio, nuestra progenitora histórica.


En cuanto al protagonismo de cada uno en nuestra concepción, gestación y nacimiento, no nos quedan dudas de cuál fue en realidad nuestra "madre patria": América, en cuyo seno territorial nacimos y en cuyo regazo geocultural nos amamantamos, sin desconocer tampoco que ello ocurrió en situación de pueblo conquistado o en trance de conquista. Por eso somos irreversiblemente hijos de padre conquistador y madre conquistada, es decir de españoles y pueblos nativos, aunque nos cueste reconocerlo. 


Si consideramos lo que dice la escritora mexicana Laura Esquivel en su novela histórica "Malinche", comprenderemos que los hijos de Nuestra América fuimos concebidos y gestados por una fuerza mayor que la voluntad de nuestros progenitores…, y que en definitiva, desde aquel mismo momento, ya no pertenecemos al mundo de nuestra madre aborigen ni de nuestro padre español… sino a ese Mundo Nuevo que nació con nuestra estirpe, y que al nacer traía en su sangre –como una nueva síntesis- la integración y superación de esos dos grandes mundos que nos dieron vida y, a partir de entonces, identidad mestiza y sincrética original a nuestra cultura.

Teresa Ascencio.


De nuestro padre español nos viene la lengua castellana, y de nuestra madre huarpe muchos de los vocablos autóctonos que utilizamos. En definitiva, debido a dicha herencia y convivencia de siglos, como ha consignado la periodista Viviana Pastor, los sanjuaninos hablamos "arrastrado" (llantito), exageramos la pronunciación de "la R", anteponemos "la" o "el" a los nombres personales, juntamos palabras y hasta eliminamos algunas letras, ora por herencia de la lengua quichua que se impuso al Huarpe antes de los españoles, ora por los vocablos y modismos provenientes de Chile a partir del intercambio permanente cuando fuimos parte de aquella Capitanía por más de dos siglos. 


A esa herencia pluri centenaria corresponden los vocablos "choco" por perro, "achacado" por decaído, "chucho" por frío, "chancho" por cerdo, "sopaipilla" por torta frita, "poto" por cola, "achura" por entrañas de la vaca, "chala" por hojas secas de maíz, "minga" por poca cosa, "mishi" por gato, "pachango" por arrugado, "pirca" por montón de piedras, "pupo" por ombligo y "yapa" por añadidura, entre otra centena de vocablos compartidos con las otras provincias cuyanas y La Rioja. 


No dejemos de subrayar también como parte del legado materno, la centenaria reivindicación social de los huarpes, no solo como pueblo de nuestros ancestros y parte de esta tierra, sino como sujetos de derechos en igualdad de condiciones con todos los habitantes de nuestro suelo, pues aunque las reivindicaciones de los huarpes y otras tribus son tenidas en cuenta en cuanto documento sobre los pueblos originarios existe y aun en la Constitución Nacional de 1994, creemos advertir que esas reivindicaciones no serán pasibles de satisfacer solo por un acto de voluntad o de buenas intenciones. 
Esa sociedad que anhelamos solo será posible si logramos construir un país soberano, que se emancipe de las potestades espirituales, culturales y materiales que lo mantienen subyugado, y establezca a su vez la justicia social y la igualdad real de todos sus habitantes –sin distinción de raza, género o condición- como sujetos de derechos y oportunidades. 


Solo así, los herederos del Nuevo Mundo lograremos resolver ese dilema –"Unidos o dominados"-, que en realidad arrastramos desde el origen de nuestra historia, sabiendo que "nadie puede realizarse en un país que no se realiza", y, "a nivel continental, ningún país podrá realizarse en un continente que no se realice". Ello supone necesariamente la definitiva reunión de los pueblos hermanos de la Patria Grande, construyendo una comunidad "en la que el individuo pueda realizarse realizándola simultáneamente" y cuya profunda identidad, unidad y fortaleza –después de 500 años de fusión de genes, historia y cultura- es la condición para alcanzar un futuro que nos acoja a todos como nuestra propia casa.

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