Pogacar arrasó y embolsó 12 etapas

El sueño de un organizador cuando sitúa una contrarreloj en la última jornada es que todo quede pendiente para el combate final, que la clasificación llegue tan igualada que no se decante hasta el último suspiro, como ocurrió en aquel célebre duelo entre Greg Lemond y Laurent Fignon en 1989. Era un desenlace más que probable cuando se presentó la carrera el pasado otoño, sobre todo porque en el elenco asomaba un nuevo duelo entre dos campeonísimos, Tadej Pogacar y Jonas Vingegaard, con otros dos ilustres invitados al acecho, Primoz Roglic y Remco Evenepoel. No fue así. Ni de lejos. La crono de Niza no decidió prácticamente nada. Ni siquiera movió una plaza entre los nueve primeros. Sólo Giulio Ciccone perdió la décima ante Santiago Buitrago. Peccata minuta.

Bueno, en realidad sí decidió un detalle estelar: el triunfo de etapa. Aunque lo único que cambió respecto a los dos días precedentes es que Tadej Pogacar necesitó una segunda mano para marcar el número de victorias con seis dedos. Las mismas que conquistó en el Giro de Italia. Dos grandes y 12 etapas de una tacada. El esloveno siguió en ‘modo Merckx’, o quizá había que decir en ‘modo Pogacar’, para redondear un Tour perfecto.

Al margen de la lucha por la etapa, el Tour llegaba ya atado a Niza por la abrumadora superioridad de Pogacar, que ha dominado de principio a fin, con seis victorias de etapa, cinco de ellas en gran montaña y una en contrarreloj, y 6:17 minutos sobre su eterno rival, Vingegaard. El líder del UAE se tomó la revancha sin piedad de sus derrotas en las dos ediciones anteriores. Siempre quedará la duda de qué hubiera ocurrido si el danés no hubiera llegado mermado por su caída en la Itzulia. Pero las cosas son como son, no como pudieron ser, así que no hay que poner ningún asterisco al resultado. Si acaso, desear que el próximo año las fuerzas se igualen. Ya habrá tiempo para ello.

Pogacar no sólo logró el desempate con Vingegaard en el Tour, 3-2, sino que completó un doblete que en estos tiempos, en este ciclismo moderno, se veía remoto: Giro-Tour. Lo ha hecho, además, con esa docena de etapas. Si en Italia no encontró rival, en Francia sí ha tenido que medirse a lo mejor del pelotón. Su éxito ha sido incontestable. El último había sido Marco Pantani en 1998. Por su Cesenático natal y su Rímini mortal pasó este año la Grande Boucle en sus primeros días. Simbólica coincidencia. El esloveno engrosa así un club en el que ya brillaban Fausto Coppi, Jacques Anquetil, Eddy Merckx, Bernard Hinault, Miguel Indurain y el mencionado Pantani. Probablemente, los más grandes de la historia.

Detrás de Pogacar hay que poner en valor la segunda plaza de Vingegaard, cuyas lágrimas en el hombro de su mujer revelan los dramáticos momentos que ha vivido en la recuperación de su lesión. Ha ganado una etapa, frente a frente con Pogacar, y ha resistido el asalto de Evenepoel a su segunda plaza. El belga, por cierto, también ha superado su debut con nota, con ese trabajado podio y un triunfo pacial, pero sobre todo porque ha demostrado que puede digerir la altitud, el calor… y el propio Tour. También terminó anegado en lágrimas. El maillot amarillo es un objetivo realista en un futuro próximo.

No se puede decir lo mismo de los españoles. Ni Carlos Rodríguez, séptimo en la general tras su ilusionante estreno en 2023; ni Juan Ayuso, retirado prematuramente, cumplieron las expectativas. Tampoco hubo ningún triunfo de etapa, cuando el año pasado se sumaron tres. Que Mikel Landa, quinto, haya sido el mejor trabajando para Evenepoel dice mucho del nivel patrio. Y también del incombustible ciclista vitoriano. Nos vemos en 2025.

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