De la gobernación a la elección presidencial de D. F. Sarmiento (1862 - 1868)
Fue "porteño en las provincias" en su gobernación (siguiendo a Mitre); y en toda su etapa previa de exiliado en Chile; lo fue como intelectual euro dependiente y como funcionario de Buenos Aires. Y fue "provinciano en Buenos Aires".
El sorprendente desenlace de Pavón (17 de septiembre de 1861), por la que, victorioso en la batalla, el representante del Interior Justo José de Urquiza dejó el campo expedito para una nueva dictadura de Buenos Aires –separada durante casi una década de la Confederación Argentina (1852 – 1861)-, trajo como consecuencia la invasión a las provincias y el cambio de sus gobiernos por otros adictos al mitrismo.
Esa situación se mantuvo con la represión a las provincias confederadas y la persecución a sus caudillos y representantes, frustrando el proyecto federal de 1853. Y como ha demostrado la historia, los retrocesos suelen traer consecuencias difíciles de revertir, aunque más tarde se retome de alguna manera la huella dejada en el pasado. De semejantes retrocesos sin la debida reparación se nutre el atraso de nuestro país respecto a otros países del mundo.
Para entender lo que sucedería de aquí en más en todo el país y particularmente en Cuyo y en San Juan, no es un dato menor saber que, a partir de la Batalla de Pavón había asumido el poder de la República el general Bartolomé Mitre, representante de los intereses del puerto de Buenos Aires y de un proyecto político, económico, social y cultural a espaldas de las provincias y de la República Federal alcanzada en 1853, que Buenos Aires cuestionó desde el vamos, al desligarse del Acuerdo de San Nicolás y separarse de la Confederación Argentina por nueve años.
Viendo que las provincias que habían abandonado a Rosas no abandonaban a Urquiza, Mitre se decidió a ocuparlas. Les declaró la guerra de hecho y mandó intervenir o reemplazar sus gobiernos por personajes adictos. Esta misión fue cumplida en Cuyo por Domingo F. Sarmiento, a quien Mitre nombró Auditor de Guerra del ejército porteño de ocupación, dirigido por los "generales orientales" (uruguayos) Rivas, Flores, Paunero, Arredondo y Sandes, de triste memoria, "además de algunos civiles improvisados militares como el tucumano Marcos Paz (vicepresidente de Mitre), los hermanos Taboada santiagueños, y el propio Sarmiento".
Sarmiento había felicitado a Mitre por Pavón y le aconsejó "expedicionar" rápidamente sobre el interior. En su nuevo rol militar al servicio de Buenos Aires, el sanjuanino llegó a Mendoza, impulsando el desalojo de los gobernantes anteriores y la ocupación de la gobernación por un representante de la nueva época. Hecho esto, se dirigió a San Juan, llegando a la provincia con su escolta militar el 7 de enero de 1862 con el mismo propósito.
Las noticias llegadas de Mendoza y la inminente llegada de Sarmiento a San Juan con una guardia militar, precipitó la renuncia del coronel Francisco Díaz y el traspaso del poder gubernamental. Dos días después de la impetuosa llegada del Auditor de Guerra y delegado del gobierno nacional, se produjo su designación como gobernador interino de San Juan en forma sumaria: "Por aclamación y casi al bajarse del caballo", declara Nicanor Larraín.
Sin embargo, después de ser designado gobernador propietario el 16 de febrero de 1862 por una Legislatura elegida bajo las nuevas circunstancias, Sarmiento sólo estaría dos años en el cargo -desde el 9 de enero de 1862 hasta el 6 de abril de 1864-, y debió renunciar a él literalmente sin pena ni gloria.
Carmen Peñaloza de Varesse y Héctor D. Arias justifican esta situación, porque "el ambiente no estaba preparado". Aunque los mismos historiadores reconocen que "la fiebre de progreso no duró mucho, la falta de recursos la frenó; y para el gobernador vivir en la inacción significaba el fracaso de su gestión". Así, "aquel hombre venerado en 1862 debía salir rodeado de la indiferencia pública en 1864".
No obstante, según reconocen también los historiadores citados, San Juan representó "gracias a la acción desplegada por Sarmiento, un baluarte de la corriente triunfante en Pavón". Y gracias a ello, San Juan se convirtió en "el baluarte del liberalismo en Cuyo". ¿En qué sentido lo fue y qué tuvo que ver eso con la imposibilidad de que Sarmiento realizara el "gobierno de lujo" que pretendía, que muchos esperaban y que finalmente no pudo lograr?
1. La gobernación de D. F. Sarmiento
Aparte de la propia política porteña que en lo económico abandonaba las provincias a su propia suerte, la visión del gobernador –liberal en lo económico pero autoritario en lo político-, coincidente con la de su mentor Mitre, no lo ayudaría tampoco. La guerra contra El Chacho, que le consumiría mucho tiempo, el afán de reglamentarlo todo y la compulsión para llevar a cabo los planes gubernamentales de embellecimiento de la incipiente ciudad sin consentimiento de sus pretendidos beneficiarios, le creó a Sarmiento muchos frentes de oposición.
Durante su gobierno en San Juan los impuestos aumentaron y su cobro compulsivo, en especial la contribución directa, provocó "la resistencia de los que estaban acostumbrados a no pagar, por desgracia, la mayoría de la población".
Según afirma Nicanor Larraín, el gobierno reglamentó hasta el ejercicio de la abogacía y el desempeño de los procuradores y rematadores, entrometiéndose en un área que era del exclusivo resorte del Poder Judicial, lo que dio lugar "a nuevas y amargas censuras". Lo mismo sucedió con los propietarios de vivienda y habitantes de la ciudad, que debían abonar de su bolsillo el total del empedrado de las calles que pasaban por sus frentes, que los debieron pintar obligatoriamente para embellecer la vista de la incipiente urbe. La Legislatura que lo había encumbrado a la primera magistratura de San Juan y lo había acompañado todo el primer año, comenzó a cuestionarlo también.
No obstante, durante la gobernación de Sarmiento –rescata Octavio Gil- se estableció en San Juan el alumbrado público. Aunque había algunos faroles de vidrio, la medida obligó a cada propietario a "poner un farol de velas de cebo en la parte inferior de uno de los enrejados de la calle". Así también, por vía del Departamento de Policía se procedió al ensanchamiento de calles, y gracias a los recursos que lograron obtenerse de contribuciones particulares, se ejecutaron diversas obras de alcance más bien municipal.
Es durante la gobernación de Sarmiento que toma relevancia la figura de Gertrudis Funes, inspiradora, impulsora, gestora, fundadora y sostenedora particular, mientras vivió (1801 – 1868), del primer Hospital Público de gestión privada para mujeres de San Juan. Hasta la fundación del Hospital de Mujeres por parte de Gertrudis Funes por cuenta propia, pues no recibió de parte de Sarmiento la ayuda gubernamental solicitada, solo existía en la provincia el antiguo Hospital San Juan de Dios, convertido en Hospital de Sangre para la atención de veteranos de la guerra de la Independencia, funcionando desde 1862 como hospital de varones.
Si reparamos en la inexistencia de la salud pública por aquellos años -sobre todo en el Interior-, y sumamos a ello la acostumbrada marginación de la mujer tanto de la educación (Gertrudis era prácticamente analfabeta) como de la vida pública, como hemos señalado en "Mujeres Sanjuaninas y otros relatos populares" (2020), "no nos costará entender que hasta mediados del siglo XIX y más acá -hasta 1865, año en que es finalmente fundado el Hospital para Mujeres de San Juan-, habiendo no obstante más población femenina que masculina, las mujeres que enfermaban en San Juan eran atendidas en sus propias casas o no eran atendidas".
La creación de Gertrudis Funes resultó así un hito para la época y años sucesivos, pues ese mismo hospital cambió su nombre por el de Hospital San Roque en 1879 y a principio del siglo XX comenzó a llamarse Hospital de Infecciosos, debido a la donación de las instalaciones para un servicio de esa especialidad que realizó una pariente de Gertrudis: Cesarita Garramuño de Godoy. Trasladado por el terremoto a Marquesado, el nosocomio fue llevado a Punta de Rieles a comienzos de la década del 1970, transformándose en el actualmente reconocido Hospital Público Dr. Marcial Quiroga.
Las preocupaciones de Sarmiento
En cuanto a la política general de la provincia, Sarmiento enfrentó cuatro asuntos de importancia: el comercio con Chile, la minería, la agricultura y la enseñanza (si bien su gestión como director de Escuelas de Buenos Aires en tiempos de la separación porteña de la Confederación -1852/1861-, no había sido muy satisfactoria).
El comercio con Chile, con notorias ventajas para el intercambio, y más cerca y accesible que los mercados de Buenos Aires o Rosario, era fundamental para adquirir las divisas con las que se podrían comprar luego los productos industriales importados desde Inglaterra, dentro del esquema de liberalismo económico pro inglés al que adhería (explicitada largamente en su obra literaria Facundo). Dentro de ese marco, tanto la agricultura –dada la producción vitícola y frutícola ya tradicional-, como la minería –en la que Sarmiento había adquirido experiencia personal en Chile- debían jugar un factor fundamental para generar esas divisas. La enseñanza debía coadyuvar a ese desarrollo. El problema era pasar del dicho al hecho en aquellas circunstancias económicas y políticas, dentro de un modelo solo de desarrollo selectivo y primario del país, clave para entender la contradicción fundamental de Sarmiento: provinciano, aunque aliado y defensor de "Buenos Aires" y del gobierno de Mitre.
En lo que atañe a la enseñanza primaria, como los recursos del presupuesto provincial estaban muy lejos de la obra a emprender, el mandatario sanjuanino trató de movilizar voluntades. Se formó una Comisión Promotora de Instrucción Pública, nombró al ciudadano Pedro Echague Inspector de Escuelas, y la Legislatura dictó la ley del 2 de abril de 1862, incrementándose la cantidad de estudiantes primarios de 643 a 1.498 en un año.
Impulsado por esos objetivos y primeros resultados, el 4 de noviembre de 1862 el Poder Ejecutivo provincial dictó un decreto que obligaba a todos los padres de familia a mandar sus hijos a la Escuela, en tanto los jueces de Paz y Comisarios debían tomar registro de los niños en edad de asistir a ellas, otorgando a los jueces de Paz y a la policía la potestad de hacer cumplir esas obligaciones. Sin embargo, la medida no surtió el efecto deseado, debido "a la falta de cumplimiento del decreto, por la flojedad de las autoridades encargadas de su realización", según entendía el presidente de la Comisión Promotora. El 5 de junio de 1863 se estableció además una subvención a los particulares que abriesen escuelas.
En relación a la educación Secundaria, la administración de Sarmiento creó el Colegio Preparatorio con fecha 21 de mayo de 1862, creación en la que sentaría sus bases la actual Escuela Industrial Sarmiento (fundada en 1871 durante la presidencia del sanjuanino, escuela preuniversitaria que a la vez sirvió de plataforma para la creación de la Universidad Nacional de San Juan en 1973).
Aunque, sin duda, una de las creaciones más celebradas e importantes de aquel gobernador, fue la creación el 4 de septiembre de 1862 de la Quinta Normal, que relacionaba la cuestión agrícola con la enseñanza y debía convertirse en una verdadera "Escuela de Agricultura", pues "todos los progresos se dan la mano", y la agricultura, "la cultura de la tierra", que era hasta entonces "la única riqueza de San Juan", necesitaba de la ciencia. La Quinta Normal debía ser el "campo de ensayo" para dotar a San Juan "de plantas que nos faltan". Así "mañana, ramas nuevas de industrias agrícolas, nuevas simientes, nuevas culturas -decía el Gobernador en su discurso inaugural- ofrecerán medios de riqueza". Después de la inauguración, se dictó la ley del 19 de septiembre de 1862 que autorizaba los fondos para la expropiación, creación y sostén de la Quinta Normal.
El 4 de agosto de 1864, aunque unos meses después de la renuncia de Sarmiento a la gobernación, en el gobierno de Manuel J. Zavalla, y en cumplimiento del contrato que el gobierno anterior había celebrado en su momento con el agrónomo Enrique Roveder para poner en marcha la Quinta Normal, se iniciaban las clases de la Escuela de Agricultura (tres horas diarias, una de teoría y dos de práctica), que enseñaba en los sucesivos tres años el manejo de las herramientas, las diversas clases de tierra, su preparación y abonos de acuerdo a los cultivos, arboricultura, y hortalizas, floricultura, botánica, formación de plantas y preparación de jardines, boulevares y parques. Con el correr del tiempo, la Quinta Normal y la Escuela de Agricultura, que tuvo una seria discontinuidad por falta de una consecuente política de Estado, finalmente fructificó en la actual Escuela de Enología y Fruticultura que rinde tributo a su mentor.
La cuestión minera
En lo que atañe a la minería, actividad que tiene una dimensión económica y social importante para San Juan por ser ésta una provincia minera por naturaleza (recorrida por cadenas montañosas de gran potencialidad minera a lo largo de su territorio), Sarmiento tomó varias decisiones al respecto:
1) Designó a Domingo Oro diputado de Minas, previa creación del departamento respectivo. Oro hizo un relevamiento de la existencia y estado de las minas en la provincia y propuso una política y un reglamento para la actividad;
2) El gobernador completó la medida anterior con la designación de un ingeniero de minas, que recayó en Joaquín Godoy, especialista que había ejercido la misma profesión en Copiapó;
3) Hizo traer de Chile a un metalurgista para la inspección de minas y el ensayo facultativo de los minerales, designando como inspector de Minas a Mr. Ignacio Richard, quien sugirió al gobernador que abriese un curso de química y mineralogía para los jóvenes que quisieran iniciarse en el rubro;
4) El 21 de julio de 1862 el gobierno de San Juan constituyó la "Compañía de Minas de San Juan", designando un directorio presidido por el propio Sarmiento y constituido por Juan Anchorena de Buenos Aires, Mariano de Sarratea de Valparaíso, Antonio López de Copiapó, Nicolás Vega de París, y Ruperto Godoy, Manuel Moreno, Santiago Lloveras, Saturnino de la Precilla, Abel Quiroga, Camilo Rojo y Pedro Cordero -varios de ellos ocuparían la primera magistratura provincial-, de San Juan.
5) Asimismo, el gobierno sanjuanino dispuso que el diputado y el inspector de Minas viajaran a Buenos Aires para colocar acciones de la compañía en aquella ciudad, a la vez que resolvió encomendar a Richard la compra de máquinas e implementos necesarios en Inglaterra.
Tampoco era soplar y hacer botellas, pues el mandatario sanjuanino chocaba con algunos inconvenientes para encarar esta tarea por sí solo: el déficit provincial, la falta de convicción del gobierno de Mitre respecto al apoyo a San Juan y a cualquier otra provincia en el tema minero como en otros temas inherentes a su desarrollo, y la condición y excusa que finalmente puso el gobierno central de Mitre para diluir la iniciativa.
"Las minas pueden valer mucho para San Juan; pero para eso necesita tiempo, paz y confianza; mientras tanto –le aclaraba Mitre a Sarmiento en carta del 18 de julio de 1862- no tendrá Ud. sino promesas, tanto del Gobierno Nacional, como de los particulares, porque sin eso, es imposible que le den otra cosa".
Volvía a repetirse la misma condición que otros gobiernos porteño-bonaerenses habían puesto a la organización y desarrollo de las provincias. Primero la paz (que Buenos Aires no les permitía tener a las provincias), después confianza (que solo las rentas nacionales compartidas podían brindarle) y tiempo.
Con un buen presupuesto producto del monopolio de las rentas o su manejo arbitrario, Buenos Aires tenía todo el tiempo del mundo para disfrutar las rentas que pertenecían a todo el país, situación que mantenía a las provincias en el atraso y la desesperación: de allí el fundamento de la lucha federal provinciana y el despropósito de cualquier política nacional o local que no lo tuviera en cuenta.
Solo en aquellas condiciones impuestas por Buenos Aires a las provincias –entendía Mitre, "habremos puesto algo más que una pica en Flandes, pues habremos quebrado las picas de los beduinos de La Rioja". La guerra contra "los beduinos de La Rioja" era la prioridad que traería paz y progreso, según lo entendía Buenos Aires; entonces sí, podría haber un lugar para el desarrollo provincial. Algo así como matar al mendigo para acabar con la pobreza.
Las condiciones para la explotación minera quedaron patentadas en el Reglamento de la Oficina de Minería que el superintendente de Rentas Nacionales trajo a San Juan. Establecía la residencia permanente de la diputación de Minas en la Capital; el Departamento de Minas dependería directamente del Ministerio del Interior, que sería al mismo tiempo "Jefe de Minería"; y se debería abrir un Registro de Minas para anotar, previo censo, las minas en trabajo y sin él, "para comparar con estos datos, los que hayan satisfecho la Contribución Nacional, o estén en estado de denuncio".
Las complicaciones de orden legal fueron protestadas por Sarmiento. Pero no era otra cosa que la concepción porteña y oligárquica del país -a la que Sarmiento adhería ideológica y políticamente por entonces- lo que hacía imposible el desarrollo de la minería y, con él, o por falta de él, el desarrollo de la provincia. Sin la participación, apoyo y control del Estado Nacional y Provincial no había lugar para un desarrollo minero sustentable y permanente. Al ser Presidente, Sarmiento volvería a chocar con esos intereses y podría tomar mejor conciencia de lo que esos intereses significaban para el desarrollo del país.
Esa tensión entre la provincia y los intereses porteños y los problemas con la minería en San Juan a raíz de esa tensión, es confirmada por la investigadora Fabiana Puebla de Correa, miembro del Instituto de Historia Argentina y Regional "Héctor D. Arias" de la FFHA de la UNSJ, al abordar los últimos momentos de la gobernación de Domingo F. Sarmiento a través de las publicaciones del periódico El Zonda de 1864.
"En las relaciones con el gobierno nacional -refiere Puebla, referenciándose en el periódico mencionado- se evidencian tensiones en torno a temas financieros, en particular en cuanto al subsidio del gobierno nacional a la provincia. Así, se publican las notas y circulares intercambiadas con el ministro del Interior Guillermo Rawson sobre el déficit del tesoro nacional luego de la guerra y la necesidad de ahorrar, para subsanarlo, por lo que se pide a San Juan la posibilidad de rebajar o suprimir el subsidio mensual de la Nación a la provincia".
Esta improcedente y escandalosa solicitud del gobierno central es respondida personalmente por Sarmiento en nota publicada en el número 288 del diario El Zonda del 19 de febrero de 1864, "manifestando la imposibilidad de prescindir de dicho subsidio, y dando cuenta de la deuda que la Nación tiene con la provincia…".
Esa discusión y conflicto de intereses entre el gobierno central y San Juan (aunque la provincia va a ceder finalmente en la disminución del subsidio nacional), nos da la pauta de los problemas a los que se enfrentaba la administración provincial durante el gobierno de Mitre y de la imposibilidad de zafar al modelo oligárquico antinacional (anti provinciano y extranjerizante) de su gestión presidencial. Tal vez allí comienza el alejamiento de Sarmiento respecto a Mitre y la proyección del sanjuanino a la sucesión presidencial, que tendrá a Sarmiento y Mitre en bandos distintos, y a cuya candidatura, el provinciano accederá por el apoyo de los sectores antimitristas de Buenos Aires y de todo el país.
La partida de Sarmiento a Estados Unidos como embajador plenipotenciario después de su anticipada dimisión a la gobernación, dejó "una empresa en marcha en el distrito minero del Tontal y la fundición de Hilario humeando", pero San Juan no representó, al menos por más de un siglo y medio, la nueva California soñada por el visionario, aunque errátil gobernador. Si ese era el objetivo, erraba el camino y los aliados para lograrlo.
La guerra contra El Chacho
Si Sarmiento representaba en San Juan y la región el nuevo orden mitrista, Mitre vio en él una fuerza de gran valor para imponer su política, sobre todo en La Rioja. En efecto, a Sarmiento cabría la misión de "pacificar" la provincia vecina. Esa fue una de las razones prioritarias que ocuparon su tiempo y su mente durante su gestión en San Juan, ante la falta de fondos nacionales que sólo se destinaban a Buenos Aires y de los que Buenos Aires seguía apropiándose en forma ilegal, arbitraria e ilegítima, como si fueran suyos… para hacerle la guerra a las provincias y a sus representantes.
El 25 de enero de 1862, a menos de un mes de gobierno, Sarmiento, Auditor del Ejército y ahora también director de la Guerra, dio a conocer un decreto prohibiendo toda comunicación con La Rioja, cuya violación a través de cartas o personas quedó "sujeta a las leyes de la guerra sobre el caso…". El permanente lenguaje bélico nos sitúa de lleno en la situación de verdadera guerra civil que se vivía y de los bandos en pugna. El gobierno nacional y su representante en la provincia -además de Gobernador y Auditor del ejército de Mitre- estaban en guerra contra todo lo que fuera anti porteño. Y en La Rioja estaba el Chacho Peñaloza, anti porteño consumado, fuera quien fuera el mandamás: Rivadavia, Rosas o Mitre.
Porque no se trataba de personas sino de intereses nacionales versus anti nacionales aliados a los negocios de exportación-importación de Buenos Aires con el extranjero y de supervivencia en el caso de las provincias, además de autonomía o poder de decisión local para poder desarrollarse y civilizarse en serio.
Sarmiento se empeñó de manera especial en conseguir los elementos de guerra necesarios, "incluso armas que se adquirieron en Chile" para combatir a las "montoneras riojanas". ¿Era aquella una versión ampliada de "la letra con sangre entra"? Por eso, y por lo que significaba "Buenos Aires" política y económicamente hablando, las divisiones expedicionarias porteñas que ingresaron a La Rioja nunca contaron con el apoyo de las poblaciones.
Resulta llamativo que en el mismo momento en que el gobernador sanjuanino -director de la guerra y auditor del ejército porteño-, con fecha de mayo de 1862, firmaba un pagaré para proveerse de los pertrechos y las provisiones para la guerra "que sostiene la provincia contra el vándalo Peñaloza…", la llamada Comisión Pacificadora del Oeste, que actuaba por instrucciones de Mitre, firmara el Tratado de la Banderita con el caudillo riojano el 30 del mismo mes y año, dando por terminada la guerra. O esas fuerzas actuaban muy descoordinadas, o el tratado fue solo una pantalla para realizar las "elecciones en paz" que Mitre necesitaba ese mismo año de 1862 para asegurarse la Presidencia y acceder a ella sin mayores sobresaltos meses después.
De hecho, como afirman Peñaloza y Arias, "el efecto causado por la firma del tratado en los círculos liberales no fue favorable". Sarmiento se abstuvo de dar opinión en este caso, pero no de seguir actuando en el mismo sentido que lo venía haciendo. Con esas preocupaciones y ocupaciones, es entendible que no le quedara tiempo para gobernar y debiera abandonar el gobierno "rodeado de la indiferencia pública" poco tiempo después.
De más está decir que el Tratado de la Banderita no significó la paz "definitiva" ni mucho menos. La guerra contra El Chacho, que tuvo a la provincia de San Juan en Estado de Sitio desde el 27 de marzo hasta el 11 de agosto de 1863, duró prácticamente desde la llegada de Sarmiento al gobierno en enero de 1862, hasta el asesinato de Peñaloza el 13 de noviembre de 1863, cinco meses antes de finalizar la gobernación.
En el escaso tiempo que duró su gestión en Cuyo, en el decir de Natalio Botana, citado por Fabiana Puebla en su investigación, Sarmiento "no tuvo más obsesión que la guerra y el fantasma de la montonera…". Y finalmente, tal como afirman Dora Davire de Musri y María Eugenia López Daneri, citados en la misma investigación, "los vecinos y la Legislatura después se convirtieron en frentes de oposición".
"Mi bella obra de civilización ha sido inutilizada por la insurrección del Chacho", dirá Sarmiento, confundiendo una vez más el efecto (la supuesta barbarie del Chacho) con la causa eficiente: "la hegemonía de la capital (Buenos Aires no era todavía la capital de los argentinos) sobre el cuerpo raquítico del país" (H. Videla). Por el contrario, era esa "civilización" defendida por Sarmiento -es decir por Mitre y los sectores e intereses del Puerto ligados a los negocios con Europa-, la que impedía civilizarse a los pueblos del Interior, incluida la propia provincia del sanjuanino Sarmiento, y nos mantenía en el atraso económico y social.
Si los recursos provinciales escaseaban y los recursos nacionales no llegaban, se necesitaba mucho más que imaginación y proyectos; además, dadas sus responsabilidades nacionales, a falta de "paz y confianza", Sarmiento había tenido que ocupar su tiempo en los menesteres de la guerra. Su gestión en San Juan no daba para más.
El presidente Mitre -tal vez satisfecho con el objetivo militar cumplido y ahora más distanciado de Sarmiento- entendió que "el personaje había desbordado el ambiente" y le ofreció como salida una misión diplomática nombrándolo ministro Plenipotenciario en Estados Unidos. El 6 de abril de 1864, el sanjuanino presentaba su renuncia como gobernador y marchaba a hacerse cargo de su nueva designación.
2. La gestión de Camilo Rojo después de la gobernación de Sarmiento
La renuncia anticipada de Sarmiento trajo aparejados tres gobiernos sucesivos muy cortos (Santiago Lloveras, Saturnino de la Precilla, Manuel José Zaballa), hasta que el 9 de octubre de 1864 asumió la dirección de la provincia don Camilo Rojo, poniendo fin a esa situación de incertidumbre.
Camilo Rojo había sido uno de los colaboradores más distinguidos de Sarmiento gobernador, sobre todo en su relación con el gobierno central del general Mitre, donde era ministro del Interior el Dr. Guillermo Rawson, primo hermano de Rojo. Al ser designado gobernador, Rojo ocupaba una banca de diputado por Pocito en la Legislatura local.
Durante el gobierno de Camilo Rojo sucedió la "revolución de los Colorados" (1866) y la guerra contra el Paraguay (1865-1870), guerra fratricida muy resistida en el interior, inclusive en San Juan –a la que el gobierno de Rojo envió su propio contingente- y cuya impopularidad en todo el país, como la del gobierno de Mitre que la propició, dio pie a la rebelión del oeste o "revolución de los Colorados" y a muchas otras en todo el país. Así y todo, en lo que atañe a la obra de gobierno, como admiten Peñaloza y Arias, la acción del sucesor de Sarmiento "superó a la de su antecesor".
Durante la gestión de Rojo, el 15 de marzo de 1865 se inauguró el Colegio Nacional de San Juan -al que luego se le dio el nombre de Monseñor Dr. Pablo Cabrera- idéntico en sus planes de estudio a los que se habían creado en otras provincias como Catamarca, Salta, Tucumán y Mendoza sobre las mismas bases del Colegio Nacional de Buenos Aires. Empero, en San Juan se innovó, al aclarar en el art. 2 de su creación, que se establecía "una clase de mineralogía", que años después dio lugar al nacimiento de la Escuela de Minas, soñada por Sarmiento. Asimismo, si bien le cupo al gobierno de Sarmiento colocar la piedra fundamental, a Camilo Rojo pertenece también la construcción del edificio educacional que actualmente constituye la prestigiosa Escuela Antonio Torres en la intersección de Gral. Acha y Santa Fe.
El 2 de septiembre de 1865, con el impulso de Gertrudis Funes (a quien Sarmiento había negado un subsidio estatal por tratarse de una iniciativa privada), se fundó el Hospital San Roque. En vista al incipiente auge de la actividad minera, el 28 de enero de 1865 se sancionó la respectiva ley del rubro. Asimismo, se estableció el empadronamiento de los regantes (sistema que ha llegado hasta nuestros días), por el que el que la distribución del agua de regadío se hacía en forma proporcional al terreno de cultivo denunciado por cada propietario.
En marzo de 1866, don Pedro D. Quiroga constituyó la "Sociedad Bibliográfica de San Juan", que allanaría el camino a la creación de la Biblioteca Franklin. Por decreto del 4 de mayo de 1866 se nombraba una comisión "para promover una biblioteca pública por medio de suscripción", de la cual surgió, el 17 de junio de 1866, la Sociedad Franklin Biblioteca Popular, primera en el país entre las instituciones de su tipo junto a su similar de Chivilcoy "Dr. Antonio Novaro". Fueron sus primeros donantes de libros el prior de San Agustín y, desde Estados Unidos, donde ejercía ya su representación consular, Domingo F. Sarmiento.
Teniendo como antecedente el proyecto de 1854 del gobierno del general Urquiza para la construcción de un ferrocarril entre el puerto de Rosario y Córdoba en momentos que todavía Buenos Aires estaba separado de la Confederación, y habiéndose firmado durante la presidencia de Mitre el contrato con la empresa inglesa de Wheelwrigth para su construcción inmediata, Camilo Rojo vislumbró la importancia y necesidad de comunicarse vía terrestre con aquel puerto a través de Córdoba. Dentro de una misma línea política, una cosa era ver el país desde Buenos Aires, como lo veían Mitre y sus funcionarios, y otra verlo desde una provincia como San Juan, tan alejada del puerto de Buenos Aires. Rojo se abocó a la construcción de un puente sobre el río San Juan sobre la actual ruta 20, complementando la ruta que se venía construyendo de San Juan a Córdoba, al tiempo que se trabajaba con el mismo propósito desde la capital mediterránea.
"El primer tramo del camino de Córdoba a San Juan atravesando la sierra ha sido entregado a la circulación", anunciaba Sarmiento en su mensaje presidencial de 1869 al Congreso de la Nación. Todavía no estaban concluidos los trabajos del ferrocarril Rosario-Córdoba –imaginemos debido a qué intereses políticos-, y sus trabajos recién concluirían durante la presidencia del provinciano Sarmiento. El importante camino a Córdoba permitió la formación de la "Sociedad Anónima de Carros y Transportes" de don Santiago Lloveras, que comenzó a funcionar a comienzos de 1869, lo que significaba un apreciable progreso para la provincia.
Durante la gestión de Camilo Rojo se realizó también un censo de población, comercio e industria, adelantándose en tres años al censo general de la Nación de 1869. Camilo Rojo continuaba la línea política de Sarmiento y su adhesión al mitrismo; sin embargo, el propio gobernador Rojo había reclamado en su momento al gobierno central a través de su hermano Tadeo Rojo –senador nacional por San Juan- que la provincia se encontraba desatendida por la autoridad nacional y que el gobierno provincial estaba abandonado a sus propias fuerzas. Eso sucedía en todas las provincias argentinas, como había sucedido en San Juan en la propia gobernación de Sarmiento. Sanjuanino y provinciano, antes que nada, el mitrista Rojo era consciente de que la situación a la que había llevado a las provincias el gobierno de Mitre era insostenible, y por eso protestaba ante el gobierno central. La reacción y resistencia a esa situación no se haría esperar.
El 20 de octubre de 1866 Rojo hizo abortar un movimiento antimitrista en San Juan con ramificaciones en Mendoza. Dicho movimiento, ante la pasividad del general Urquiza respecto a la política agresiva de Mitre, había decidido tomar la resistencia al mitrismo por sus propias manos. Esa sublevación de 1866 en Cuyo con ramificaciones en otras provincias se conoció como "la revolución de los Colorados".
3. La política de Mitre y la "Revolución de los Colorados" en Cuyo
En Mendoza, si bien el gobierno tomó algunas medidas de seguridad contra los sublevados, el 9 de octubre estalló la revolución, culminando con el triunfo de los federales llamados "Colorados", que nombró como su jefe militar a Juan de Dios Videla.
La rebelión pretendió ser reprimida por el comandante Irrazábal (de triste memoria por el asesinato del Chacho), pero ante la deserción de sus propias tropas, el desprestigiado militar se refugió en San Juan. El gobierno de Mitre dispuso la reposición de las autoridades constituidas, encargando esa tarea al general Paunero recientemente llegado del Paraguay. Pero no se trataba de una simple "revolución" como comprendió el vicepresidente Marcos Paz, sino de una rebelión general ante una presidencia que, además de imponer sus gobiernos a las provincias y reprimirlas por su descontento, las dejaba abandonadas a su suerte.
A partir del inicio de la "revolución de los Colorados", Juan Saa había pasado de Chile a Mendoza, y con su hermano Felipe se aprestaba a invadir San Luis. Juan de Dios Videla, por su parte, se acercaba a San Juan, que el 5 de enero de 1867 lo enfrentó con sus fuerzas oficiales en La Rinconada, Pocito. En 6 de enero, los federales entraban a San Juan. En esas circunstancias, Felipe Varela –caudillo catamarqueño formado en las huestes del Chacho-, de vuelta de su exilio en Chile, se presentó en Jáchal uniéndose a la rebelión provinciana, contando con el apoyo de fuerzas populares locales como las de Santos Guayama. En Jáchal, Felipe Varela dio su famosa proclama a la Nación, en la que entre otras cosas expresaba: "¡Argentinos! El hermoso pabellón que San Martín, Alvear y Urquiza llevaron activamente en cien combates haciendo tremolar con toda gloria en las tres más grandes epopeyas que nuestra Patria atravesó incólume, ha sido vilmente enlodado por el general Mitre…". A través de esa proclama, Felipe Varela cuestionaba la fratricida y criminal guerra del Paraguay, el saqueo y abandono a las provincias, "el monopolio de los tesoros públicos y la absorción de las rentas" por parte de Buenos Aires e instaba a "la unión con las demás Repúblicas americanas".
Se trataba de consignas muy concretas, pues precisamente un año antes de comenzar la guerra contra Paraguay, Mitre, con su ministro de Relaciones Exteriores Rufino de Elizalde había despreciado esa política de acercamiento y solidaridad con las repúblicas suramericanas: en 1864, a raíz del bombardeo de Valparaíso por parte de una escuadra española, el gobierno de Mitre desautorizó la protesta de los miembros de la delegación argentina en el Congreso Americano de Lima (entre los que se encontraba Sarmiento como observador), por considerarla "una pamplina" que "se organizaba por odio a la democracia norteamericana", negando a la vez el apoyo solicitado por Chile y Perú, apoyo que sí brindaron, como correspondía a países hermanos, Bolivia y Ecuador. Dos años después, en una actitud vergonzosa y anti latinoamericana, Mitre le rindió homenaje al comandante de la escuadra española -el almirante Casto Méndez Núñez- a su paso por Buenos Aires.
A fines de enero de 1867, en plena guerra contra el Paraguay, Cuyo representaba otra vez un baluarte federal. La batalla de la Rinconada había dejado acéfalo el gobierno de San Juan, y el vencedor Juan de Dios Videla había asumido el mando provincial, que retuvo hasta el 9 de enero. La Legislatura sanjuanina se apuró a elegir a José Ignacio Flores como gobernador provisorio, hombre afín a la nueva situación pero que, para los no enrolados en la rebelión, significaba una barrera de contención a los sublevados. Por esa misma razón, Flores no duró mucho y el 22 de enero Videla lo reemplazó en el mando, delegando el 26 de febrero la dirección política de San Juan en José Bernardo Molina.
Sin embargo, el rápido arribo de las tropas de línea traídas desde Paraguay por Mitre, agrandando al máximo la fuerza de represión, detuvo el avance rebelde y paralizó la sublevación en las demás provincias. Para eso servía el ejército mitrista. Los "Colorados" del oeste fueron finalmente abatidos el 1° de abril de 1867. El 10 de ese mismo mes, Felipe Varela era derrotado por Taboada en Pozo de Vargas (La Rioja) y se exiliaba una vez más en Chile hasta su muerte.
El 20 de abril, Camilo Rojo reasumió el gobierno de la provincia. Breve fue su vuelta, pues, ante la lucha por la sucesión entre mitristas y sarmientistas -ya enfrentados en la provincia- y el escaso apoyo a las medidas de emergencia solicitadas por el mandatario, debió renunciar. Su renuncia fue aceptada el 21 de agosto de 1867. Después de un nuevo interinato del presidente de la Legislatura provincial Santiago Lloveras, asumió la gobernación de San Juan Manuel José Zavalla, que el 4 de octubre de 1867 sería separado del cargo a raíz del primer juicio político ventilado en el país. La sucesión presidencial no era ajena a ese hecho.
Llegaba a su fin la presidencia de Bartolomé Mitre después de un gobierno nefasto (1862 – 1868), cuya única virtud consistía en haber puesto en primer plano la evidencia de dos proyectos contrapuestos: uno, a favor de una sola provincia y de intereses asociados con la potencia extranjera hegemónica de la época -Gran Bretaña-, que Mitre defendió a sangre y fuego, y el otro, a favor y beneficio de todo el país sin excepciones ni privilegios, en defensa de intereses nacionales soberanos a nivel político, económico, social y cultural, que Mitre y sus seguidores combatieron siempre en todos esos terrenos.
4. La candidatura presidencial del provinciano Sarmiento
La sucesión presidencial se planteó finalmente entre un candidato porteño y un candidato provinciano, tal era la antítesis o antagonismo político-ideológico, económico y social del momento. El candidato porteño era Rufino de Elizalde, ministro de Relaciones Exteriores de Mitre, totalmente funcional a Buenos Aires y a su proyecto antinacional: responsable de la sumisión económica a Inglaterra y de la guerra contra el Paraguay industrial y soberano; integrante de una ciudad que le daba la espalda a las provincias y a los países latinoamericanos agredidos por España (Guerra del Pacífico) y por otras potencias europeas, como la misma Gran Bretaña que usurpaba nuestro territorio insular malvinense desde apenas 30 años antes. Frente al candidato porteño, pro europeo y particularmente pro inglés, surgía la alternativa nacional de las provincias, agredidas política, militar y económicamente por Buenos Aires en los últimos seis años de gobierno mitrista.
Entre los candidatos provincianos se destacaba el general Urquiza, desprestigiado en el Interior por sus capitulaciones ante Mitre y la oligarquía porteña; también el candidato de la provincia de Buenos Aires, Adolfo Alsina, cuyo Partido Autonomista provincial "recogía la tradición federal y tendía a abrazar una política nacional de mayor alcance"; y como tercera opción aparecía la del sanjuanino Domingo F. Sarmiento, cuya candidatura había surgido por iniciativa del coronel Lucio V. Mansilla, representante de un nuevo ejército, "hastiado de sangre" en la guerra contra el hermano Paraguay y en la represión contra las provincias.
Como entrevé Jorge Abelardo Ramos, "comenzaba a producirse un acercamiento entre Alsina y Urquiza, cuando la candidatura de Sarmiento, que levantaba en Buenos Aires menos resistencias que la de Urquiza, convence a Alsina de que era necesario llegar a un acuerdo con el sanjuanino". Al apoyarlo, la burguesía culta de varias provincias, sin descontar el apoyo decidido del propio Ejército, y contando con el peso de la provincia de Buenos Aires a su favor -recordemos que Sarmiento había sido funcionario y legislador porteño durante la larga y vergonzosa secesión de Buenos Aires- el sanjuanino concitaría y sumaría mayores apoyos y terminaría ganando la partida.
En efecto, como asegura Manuel Gálvez en su completa biografía sobre nuestro comprovinciano, a fines de 1867, entre las buenas noticias para Sarmiento figuran "la de que el ejército está de su parte: el regimiento Córdoba lo ha proclamado candidato en noviembre; un numeroso grupo de jefes y oficiales hace lo mismo por esos días" en el Paraguay, casi en masa, dispónese a sostener su nombre. También lo apoyan las dos universidades, la de Córdoba y la de Buenos Aires. Y La Tribuna ha colocado un aviso permanente, donde se lee que Sarmiento es su candidato para la futura presidencia. Y, algo más a su favor: aparte de las simpatías que despierta en el Club Liberal de Buenos Aires, el diario La Nación Argentina "es el principal enemigo de Sarmiento", lo que ya es toda una garantía de cuáles son las posiciones que se defienden de uno y otro lado o lo que cada una de ellas representa.
El presidenciable sanjuanino tenía a la vista, sin embargo, una pesada herencia de problemas sin resolver, entre otros: "la cuestión Capital" (Buenos Aires seguía siendo dueña exclusiva y excluyente de la ciudad-provincia y manejaba las rentas del país a su arbitrio, aunque Mitre las hubiera nacionalizado "mezquinamente" para manejarlas mejor desde una Buenos Aires todavía no federalizada); había un país devastado por la guerra civil: entre 1862 y 1868 habían ocurrido en las provincias 117 revoluciones y muerto en combates 4.728 ciudadanos; seguía en curso la sangrienta guerra del Paraguay; "el desierto" y las invasiones indígenas eran sin duda un problema nacional y no racial (como hoy se plantea incorrectamente en forma ahistórica y retrospectiva); el ferrocarril de Rosario a Córdoba estaba sin terminar; y todo estaba por resolverse.
¿Dónde estaba el secreto de la atracción política y personal del sanjuanino para ser elegido nada más ni nada menos que candidato a presidente de todos los argentinos, y que generaba entusiasta adhesión de parte de unos y enconada reacción en contra de parte de otros? ¿Pero acaso no partían aquellas adhesiones a su candidatura de los mismos provincianos y miembros del país profundo que Sarmiento había rechazado en sus libros y alegatos políticos y propagandísticos a favor de Buenos Aires? Las reacciones en su contra, ¿no se originaban en esa misma "burguesía porteña que utilizó muchas veces a Sarmiento", aunque ciertamente "no lo asimiló nunca por entero" por ser provinciano?
A esta altura de la historia, aparte de la personalidad contradictoria del candidato, el secreto estaba tanto en el rechazo que generaba Buenos Aires y el propio nombre de Mitre en las provincias, como en la procedencia del candidato de la oposición: al fin y al cabo, Sarmiento era provinciano, condición, entre otras, que lo llevarían a enemistarse con el porteño Mitre y, en definitiva, responder a un proyecto nacional e intereses más grandes que el que podía ofrecer y representar Buenos Aires, como quedaba demostrado por los últimos desastrosos seis años de Mitre y por toda nuestra historia desde la Revolución de Mayo. ¿Había aprendido Sarmiento la lección emanada de su liberalismo y cosmopolitismo errátil?
"Por más que busco los orígenes de la oposición que nace –le escribía Sarmiento a su amigo tucumano Posse-, no veo más que el porteñismo comprimido que se escapa por la primera rotura que le viene a las manos. ¡Un presidente provinciano –¡otra vez! - es una cosa escandalosa!". Tanto era así que, al día siguiente de asumir Sarmiento la presidencia, el mitrismo ya se encontraba en la oposición conspirando.
Lo que finalmente develó el secreto del poder político del sanjuanino fue el apoyo de Urquiza y de su ejército de 25 mil hombres desde Entre Ríos. El nuevo Ejército surgido de las entrañas dolorosas de la guerra contra el país hermano de Paraguay tenía mucho que ver sin duda con esa solución y con el enfoque más nacional del nuevo gobernante. Su apoyo surgía del país profundo, castigado in extremis por la política y visión mitrista de los asuntos nacionales y latinoamericanos.
La explicación de Arturo Jauretche en "Ejército y Política" nos permite comprender el carácter del ejército –siempre hubo dos ejércitos- que apoyaba a Sarmiento y su candidatura: "La Guerra del Paraguay fue un drama demasiado profundo, un desgarramiento demasiado intenso (murieron en vano muchos argentinos, entre ellos Dominguito, el hijo muy querido de Sarmiento) y representa el fracaso de la conducción mitrista del ejército de facción, solo hábil para las operaciones policiales de exterminio. En los esteros del Paraguay comenzó a surgir un nuevo ejército y una nueva política… que tiene conciencia de la unidad nacional, de la defensa de la frontera mínima a la que habíamos sido reducidos y de la continuidad histórica del país". No era poco como plataforma política a representar, pero ese era el caso.
En efecto, con el apoyo del Ejército y la participación de las provincias en su elección, la presidencia de Sarmiento representó "una visión más integral del país". Jorge Abelardo Ramos hace una apretada y acertada síntesis tanto del momento histórico como del personaje: "Sarmiento fue el resultado de una inestable transición entre el interior y Buenos Aires… Ni genio, ni loco, ni padre de la patria, ni sinvergüenza. Liberales y clericales lo han simplificado con la apología o el denuesto. Las tensiones interiores de su personalidad eran tan divergentes como la tierra y la época que las produjeron".
Si queremos conocer a Sarmiento en profundidad y con beneficio para nuestros intereses nacionales y provinciales, deberemos descubrir a esos dos Sarmientos, tan contradictorios como su autodefinición: "porteño en las provincias y provinciano en Buenos Aires".
Fue "porteño en las provincias" en su gobernación (siguiendo a Mitre); y en toda su etapa previa de exiliado en Chile; lo fue como intelectual euro dependiente y como funcionario de Buenos Aires. Y fue "provinciano en Buenos Aires" sobre todo como Presidente (aunque vetaría desacertadamente varios proyectos legislativos para declarar a Buenos Aires capital de la República); y lo fue también en años posteriores, al dirigir la Dirección General de Escuela durante el gobierno del Gral. Roca; y de alguna manera también, al escribir los textos de Condición del extranjero en América (con prólogo de Ricardo Rojas), donde paradójicamente daba cuenta de las consecuencias negativas traídas por sus propias ideas de Civilización y Barbarie (1845), libro y tesis donde el escritor y publicista promovía la industria inglesa y la inmigración europea e impulsaba a sus paisanos desde Chile a pensar como "europeos" y no como americanos.
En 1852, a dos años de la muerte del general José de San Martín (a quien había entrevistado en 1847 en Grand Bourg), Sarmiento le escribía a Juan Bautista Alberdi pidiéndole que escribiera sobre los errores que apartaron al Libertador "para siempre de América": "Fundemos de una vez -le requería- nuestro tribunal histórico", para dejar "de ser panegiristas de cuanta maldad se ha cometido", pues "una alabanza eterna de nuestros personajes históricos, fabulosos todos, es la vergüenza y condenación nuestra". ¿Así despedía el "maestro de América" al Libertador de medio Continente?
En 1870, a la par que se reinauguraba la política más nacional posible, después de la política de arrasamiento mitrista, paradójicamente se inauguraba a través de la prensa opositora la versión "porteña" de nuestra historia cotidiana y nacional -"política de la historia" la llamó Jauretche-, y con ella la trágica colonización cultural que sigue dominando nuestra inteligencia, pensamiento y cultura en general, y todavía nos impide ser un país desarrollado y soberano en el marco de una América Latina unida y realizada. Una íntima y entrañable contradicción que no ha podido ser resuelta hasta el presente.