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Historia de San Juan

Los hijos de Huar


El jueves 13 de junio se cumplen 462 años de la Fundación de San Juan. Pero cuando llegaron los españoles a estas tierras habían habitantes de larga data.

Ciertamente, como corroboran antropólogos e historiadores reconocidos, las civilizaciones no aparecen de la nada, sino que son producto de anteriores culturas formativas de donde surgen; y no son del todo autóctonas sino necesariamente y, en alguna o gran medida, alóctonas o inmigratorias, dada la movilidad de los pueblos antiguos en busca de su sustento y de mejores condiciones de vida en las duras circunstancias de su existencia. Por eso se habla de al menos dos descubrimientos de América: el de los pueblos antiguos que la descubrieron primero en sus migraciones, incluso desde otros continentes; y la de los españoles, que tuvieron noticia de su existencia a partir de 1492.

Descubierta esta parte del mundo por los españoles, y descubierto a la vez el mundo europeo y particularmente el mundo ibérico por los habitantes de la que luego se llamaría América (conocida como tal a partir de 1503), el mundo en su conjunto pudo terminar de descubrir las partes que constituían su totalidad. En un mundo por primera vez totalmente conocido, dada su extensión, nacía, según la propia definición de Simón Bolívar, "un país tan inmenso variado y desconocido (por propios y extraños) como el Nuevo Mundo". Como dice el Prof. Pedro Godoy Perín: nacía "un nuevo pueblo… los terceros en discordia, que surgen del ensamble y hoy son multitud".  


Las culturas andino - cuyanas
Existen en principio dos teorías a tener en cuenta: la que indica que, en sus movimientos trashumantes, en tiempos inmemoriales, las culturas nómades de allende la cordillera se movieron desde la costa del Pacífico hasta el piedemonte andino oriental (de este lado de la cordillera), como sucedió con los portadores de la Cultura de Huentelauquén y sus descendientes; y la que entiende que se trataba de grupos de cazadores-recolectores que venían del Norte (el Tucumán, Altiplano, Perú e incluso el Amazonas).

Según se deduce de la labor de los historiadores y estudiosos que hemos consultado, los pueblos originarios de la "provincia de los Huarpes" -como era conocida la actual provincia de San Juan antes de su fundación- provienen del complejo sociocultural Calingasta-Aguada y nacieron en territorio del Cuyum, por lo que se los considera, en ese sentido, autóctonos. No obstante, esa cultura tuvo a su vez su más antiguo antecedente en la civilización o cultura de La Fortuna, considerada la cultura paleoindia más antigua de San Juan, cuyos integrantes habitaron el actual territorio sanjuanino entre el 8.500 y el 6.000 antes de nuestra era (a.C.). La Cultura de la Fortuna desapareció después de poco más de un milenio, no se sabe cómo ni por qué, apareciendo otras culturas y civilizaciones, lo que habla además de la evolución de las sociedades y la transitoriedad de las culturas en condiciones determinadas. 


En orden de aparición y antigüedad, esas culturas son: la Cultura Morrillos (6.000 a 2.000 antes de Cristo); la Cultura Ansilta (2.000 a.C. al 500 d.C.), que habitó los valles de Calingasta e Iglesia, asimilándose en este último lugar con grupos del noroeste, al que algunos antropólogos e historiadores atribuyen los orígenes de los Huarpes con carácter de agricultores incipientes; y entre el 320 a.C. y el 580 d.C. la fase Punta de Barro, que es ya una cultura totalmente agrícola, es decir sedentaria. Las anteriores eran sociedades nómades o migrantes, de cazadores y recolectores. De las primeras culturas agrícolas en la región, la Cultura de La Aguada -entre el 730 y 1.200 de nuestra era-, se instaló preferentemente en Calingasta e Iglesia. Sus integrantes practicaban la agricultura de regadío en los ríos que se formaban por las nieves cordilleranas, conocidos luego como ríos Calingasta, San Juan, Blanco y Jáchal respectivamente. Con una fuerte influencia de la Cultura de La Aguada, tuvo lugar en territorio sanjuanino -prácticamente superpuesta a la anterior- la Cultura Calingasta (entre el 560 y el 680 d.C.), con un siglo de presencia habitacional. Se dice que del complejo socio-cultural Calingasta-Aguada derivan los grupos originarios de los Huarpes.


Un importante crecimiento demográfico durante el siglo VI al VII de la era cristiana, en una zona "donde todo depende del agua" y "la ley es el agua", impulsó la expansión de los antiguos habitantes de la Cultura Calingasta – La Aguada – Huarpe, hacia los valles de Ullum - Zonda, siguiendo el curso del actual río San Juan, cuyas derivaciones desembocan en las lagunas de Huanacache. Entre el 1.200 y 1.400, de acuerdo al calendario gregoriano (con 200 años de presencia en el territorio y ya muy cerca de la llegada de los españoles), se desarrolló la Cultura Angualasto. Sus integrantes se dedicaban, además de la agricultura, intensivamente a la crianza del camélido suramericano: la llama, la vicuña y/o el guanaco.

Tenían una red hidráulica en ambas márgenes del río Blanco-Jáchal, con 15.000 hectáreas bajo riego. También se especula que esta cultura pudo tener vinculaciones con alguna cultura del Noroeste, de donde habrían procedido originalmente los habitantes de esa parte del territorio sanjuanino. Según el antropólogo e investigador de la UNSJ Mariano Gambier, la Cultura de Angualasto provenía de mitimaes (extrañamiento y traslado de su lugar de origen que los Incas practicaban con los pueblos conquistados para dominarlos), lo que nos habla también de que la civilización Huarpe habría estado ampliamente penetrada por la cultura incaica antes de la llegada de los españoles, que es nuestra otra vertiente cultural e histórica.


Los hijos de Huar
Entre los primitivos pueblos de América, nuestros abuelos huarpes constituyeron un grupo humano sobreviviente del género de los "huárpidos", caracterizado por sus rasgos australoides, probablemente emparentados con los Comechingones, provenientes éstos también de la familia de los huárpidos, según consigna Roberto A. Ferrero al introducirnos en su "Breve Historia de Córdoba"


Los Huar-pe o Hijos de Huar -divinidad mayor del pueblo huarpe- se asentaron en la región del Cuyum -cuyum paulli-, que en araucano significa "tierra arenisca" y en lengua quichua "vasallos del Cuzco". En cualquiera de los dos casos, nos remite fehacientemente a la influencia que los Huarpes recibieron en un momento dado de araucanos o pueblos transcordilleranos, y de la dependencia que sufrieron de los Incas desde más o menos un siglo antes de la llegada de los españoles. Es en ese sentido que el historiador Horacio Videla asegura que el Huarpe, cuyo idioma era el allentiac, "se defendió más en la nomenclatura geográfica que en el habla de la posteridad", en la que predominó y sobrevivió el quichua, el idioma de sus últimos conquistadores antes de los españoles. Ello tal vez se debiera a que los hijos de Huar nunca llegaran a ser tan belicosos como los pueblos trasandinos, norteños ni bajo o altoperuanos, lo que explica también parte de su historia.  


Vale recordar que el territorio de los Huarpes o Cuyum, lindaba al Este con la cordillera de los Andes, al Oeste con el territorio de los Comechingones (Córdoba), al Norte con el de los Yacampis (La Rioja) y Diaguitas (Catamarca y el Tucumán), y al Sur -huarpes mendocinos de por medio- con el de los Puelches y Pehuenches (Neuquén). A mediados del siglo XVI –en la época de la llegada de los españoles-, los Huarpes sanjuaninos vivían en los valles fértiles del piedemonte cordillerano y ocupaban lo que se conoce como valle de Tucuma o Caria, alrededor del río San Juan, hasta donde éste busca el sistema lagunar de Huanacache o Guanacache un poco más al sur (ayer Huanacache y hoy Departamento Sarmiento), en donde una parte de ellos se asentaron como pescadores. 


Por su parte, los Huarpes mendocinos, que hablaban otro dialecto (el millcayac), bastante distinto al de los Huarpes sanjuaninos (el allentiac), vivían en el valle de Huentota / Güentota o Huentala / Güentala, alrededor del río Mendoza, y en el valle de Uco o Jaurúa, alrededor de los ríos Tunuyán y Diamante. Por su parte, los Huarpes puntanos, al sureste de San Juan y al este de Mendoza, hablaban un "co-dialecto" huarpe, que algunos antropólogos estiman que era diferente también a los anteriores. Cabe pensar que el tener un idioma restringido a los propios integrantes de una tribu o "etnia" no jugaba a favor de las parcialidades indígenas, ni en Cuyo ni en otras partes de América, aislándolos de los demás pueblos y debilitándolos respecto a algún enemigo común.


Al producirse la fundación de San Juan, nuestros antepasados huarpes vivían de la agricultura en Calingasta y en el valle de Tulum, de la caza en Angaco y Pie de Palo, y de la pesca en la región de las lagunas de Huanacache. Cabe consignar que eran, además, eximios rastreadores. Aparte del manejo de las ciencias alimentarias a base de productos agrícolas que cultivaban como el maíz, la algarroba y la quinoa; de la caza del quirquincho, el venado y otros animales de la fauna autóctona; y de la trucha y otras especies que pescaban en las lagunas, un factor esencial en la civilización huarpe, fue el guanaco - "el camello de la América"-, que junto a la vicuña le suministró el elemento base de su sustento, el vestido (tejidos de lana) y el transporte de cargas.

A su vez, el artesanado casero de la cestería le proveyó de recipientes, vajilla y hasta de balsas impermeables de juncos o totora, "que no dejaban escapar ni una sola gota de agua entre sus fibras" (como nos cuentan Alonso de Ovalle y Juan Pablo Echagüe); además de la alfarería, la pintura y el grabado, de las que son infaltables testigos las piedras preciosas, amuletos, adornos personales, monolitos, petroglifos y enterratorios.


El dominio de los Incas: la influencia del Tawantinsuyu
Hacia 1480 –una década antes de que los españoles pisaran las Antillas, el Tawantinsuyu o Imperio Inca se expandió sobre la zona de Iglesia y otros valles sanjuaninos, aunque podría haber sido antes, si atendemos la versión que marca la conquista de Chile, del Tucumán y Cuyo por parte de los Incas entre 1471 y 1525, o al producirse la consolidación del imperio incaico alrededor de 1438, en épocas del gran emperador Pachacuti. Por lo que conocemos, los Huarpes fueron dominados ampliamente por la cultura del Tawantinsuyu o Imperio de los Incas (1438 al 1532), territorio que los "hijos del Sol" dividieron en cuatro partes, correspondiendo al altiplano boliviano, el actual noroeste argentino, Cuyo y Chile el nombre de Coyasuyo, cuya herencia ha llegado hasta nosotros en muchos vocablos y costumbres después de producirse un siglo intenso de dominación quichua en territorio sanjuanino. De ese modo, antes de la llegada de los españoles, los Huarpes soportaron la sujeción política al imperio quichua y la imposición de su lengua, religión y cultura en general a través de las distintas formas y/o medios de dominio de territorio y población que obraban como verdadera escuela de colonización, pues la "escuela incaica" propiamente dicha solo funcionaba para la nobleza.


Existen coincidencias en que una de esas formas de penetración territorial y cultural eran los "mitimaes", forma de repoblación y dominio efectivo que consistía en el traslado de población hacia otros lugares del imperio, o desde otros lugares al territorio local de las poblaciones dominadas. A través de ellos se producía una decidida influencia y dominio físico y cultural a la vez, aparte del desarraigo de las poblaciones movilizadas, con la consecuente instalación institucional del ideario incaico en las civilizaciones conquistadas. Como dijimos, el investigador sanjuanino Mariano Gambier atribuye el origen de la Cultura de Angualasto a habitantes traídos del Norte por mitimaes.

Otra forma de dominio en la estructura económica y modalidad existencial del Tawantinsuyu, que necesariamente implicaba la "aculturación" de los pueblos o grupos locales para bien y expansión del imperio, fueron el Camino del Inca y en Tambo. El camino del Inca o Capaq Ñan le sirvió al Incario para varios fines: expansión militar; circulación de correos o chasquis; tránsito de cargas a lomo de llamas, animales que se adaptaban al terreno pedregoso y a las alturas; traslado de grandes masas de poblaciones con el fin de desarrollar su política de repoblamiento y dominio efectivo (mitimaes); distribución a lo largo de su recorrido de las postas y las "casas de descanso" o de aprovisionamiento, que llamaban tambos.

El tambo cumplía funciones fundamentales para el control y la administración del territorio. Si en principio servía como posta para aprovisionamiento, pastoreo de las llamas y albergue para caravaneros y chasquis, su función consistía en controlar la producción de los grupos indígenas con el fin de "extraer" los excedentes que el "complejo apropiativo del Incario" requería. "La instalación en los valles agrícolas signó las formas de los grupos locales y de los trasladados por mitimaes", sostiene el Prof. Daniel Chango Illanes. Una vez instalada su dominación, los últimos dominadores de los Huarpes antes de la llegada de los españoles fueron "un complejo apropiativo excedentual que explotaba recursos naturales especiales en una parte de lo que es el territorio actual de San Juan", recalca Illanes. 


Rolando H. Braun Wilke, en su investigación sobre los Incas en Cuyo, señala que existe "una recurrencia significativa en las asociaciones entre arraigos imperiales (evidenciados por los sitios arqueológicos) y la distribución de yacimientos minerales en el Coyasuyu". Por eso, se asegura que "la búsqueda de tales depósitos fue una de las causalidades de la penetración de esos poderosos invasores", aparte de señalar que los pueblos andinos sometidos -en este caso los Huarpes- pagaban sus tributos en metales. Aunque para Mariano Gambier y Teresa Michieli, investigadores de la UNSJ, la presencia incaica en el noroeste sanjuanino estuvo más relacionada con las riquezas de camélidos silvestres (guanacos y vicuñas, proveedores de lana y de transporte). Una cosa no quita la otra. Sin embargo, hay quienes sostienen también que el pacífico recibimiento a los españoles por parte de los Huarpes fue motivado por la creencia de que los españoles llegaban desde el más allá para salvarlos. Esa vieja creencia de los pueblos indígenas podría haber estado íntimamente relacionada con la esperanza y necesidad de contar con los hombres barbados del mar para sacarse de encima el dominio incaico. La misma creencia sostenían los pueblos indígenas dominados por los aztecas a la llegada de los españoles. Como hemos dicho en "Crónicas Latinoamericanas" (2020), más allá del juicio que el "descubrimiento", la conquista o la colonización de América nos provoca, ni los pueblos locales ni los españoles "podían dejar de tener las creencias, convicciones y presunciones según había sido conformada su conciencia por siglos", en ambos casos.   

La transición de un imperio a otro 

Para entender la transición o traspaso de la época incaica a la época hispánica en el desarrollo de esta historia, no debe dejarse de lado tampoco la observación que hace el mismo Illanes para descifrar la sociedad prehispánica: "La dominación de la desigual sociedad indígena había contribuido también para preparar a algunos grupos para la encomienda". En la sociedad huarpe –explica el historiador, docente y periodista- "había fuerte sujeción y ligazón familiar y a la cabeza estaba el cacique, que conducía cada grupo. Es a través de éste que encomendaron indios sujetos a los españoles" una vez producido el traspaso de dominio de un imperio a otro. "Es el cacique quien trata con los españoles, y ejerce mediación entre el conjunto en sujeción y los dominadores", sostiene Illanes.

Esa visión se compadece con el hecho de que, apenas los españoles de Chile descubrieron Cuyo en 1551, comenzara a producirse silenciosamente el despoblamiento de Cuyo y la extinción del pueblo huarpe o, al menos, su grave disminución. Las sublevaciones sobrevendrían muchos años después de la fundación de 1562.

A la existencia de los mitimaes en la época incaica, y con la complicidad de los propios caciques huarpes, le sucedió el repartimiento de indios entre los insaciables encomenderos españoles trasandinos, pues como sabemos, desde aquella misma fecha de su descubrimiento, la región cuyana quedó en dependencia del reino, gobernación y/o Capitanía de Chile. "Proporción considerablemente mayor de la población huarpe -manifiesta Videla- fue arrancada de sus hogares y llevada en conscripciones mineras a Chile, abusando de su temple manso y de su laboriosidad". En plena época española, confirma la investigadora Teresa Michieli en una publicación sobre los Huarpes (1990), "lo usual era llevarse los varones de edad de trabajar (a Chile), por lo que en Cuyo quedaron las mujeres y los niños, quienes se mestizaron rápidamente con la población europea local". Asimismo, "parece que hacia 1630 tampoco quedaban tantos Huarpes en Chile, de donde desaparecieron por extinción o por lento mestizaje", habiendo sido, "especialmente en Santiago… la única mano de obra disponible para la explotación de propiedades y minas y para las obras comunales".

En una dura requisitoria contra los encomenderos españoles, pero que aludía en particular a los encomenderos trasandinos, en su "Historia de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay", el historiador jesuita Pedro Lozano refiere cómo los indios huían de sus parcelas y se escondían en los bosques y lagunas para librarse de su yugo en Chile y de los trabajos excesivos a que se veían condenados sus parientes, "donde ninguna diligencia parecía poder hallarlos". A la defensa de los indios por parte de los jesuitas en estas latitudes, se sumó el pedido de varios obispos de la época, entre ellos Pérez de Espinoza, Francisco Salcedo y Juan González Melgarejo. Fue gracias a los historiadores jesuitas también y otros religiosos de la colonia española (Pedro Lozano, Alonso de Ovalle, Diego de Rosales, Miguel de Olivares, Manuel de Morales, Juan Ignacio de Molina, Alfonso G. Hernández, Juan Luis Espejo), que se pudo conocer la historia, la lengua y el padecimiento de los Huarpes tanto en el período anterior, como en el hispánico. Las traducciones y transcripciones de manuscritos o de tradiciones orales antiguas permitieron conocer la historia y la cultura de nuestros antepasados. 

Así también hubo en la época de la conquista y colonización española sacerdotes católicos que defendieron al indígena y nos transmitieron su historia, su lengua y su cultura en distintos tratados, como las obras del padre Luis de Valdivia: "Doctrina Cristiana y Cathecismo en la lengua allentiac", "Confesionario Breve en la lengua allentiac" y "Arte y Gramática de la lengua allentiac que corre en la ciudad de San Juan de la Frontera", editadas en Lima en 1607; o el "Vocabulario de la lengua Huarpe" del padre Juan Pastor, publicado a comienzos del siglo XVII. El jesuita Andrés Febres hizo otro tanto en 1765 con "Arte y Vocabulario de la lengua general del Reino de Chile", traduciendo muchas palabras del idioma huarpe al castellano. Por ello se conoce la etimología del nombre Cuyo.

Con la creciente explotación de los Huarpes por parte de los temibles encomenderos que actuaban de manera impiadosa, sobre todo en Chile, de la disminución de la raza autóctona y del hartazgo y la desesperación de los que sobrevivían, llegaron las primeras sublevaciones indígenas en Cuyo, que no tuvieron en principio una participación grande del pueblo huarpe, no tan belicoso como araucanos o calchaquíes, y, al parecer, más diezmado que aquellos. Los indígenas de Cuyo -revela el historiador Horacio Videla- se insurreccionaron en el siglo XVII varias veces. Los principales levantamientos tuvieron lugar en 1632, 1658, 1661 y 1666, afectando principalmente a Mendoza y a San Luis, y en menor grado a San Juan. La menor participación de los Huarpes sanjuaninos en esas sublevaciones puede tener varias causas: su foco de conflicto se encontraba más en Chile que en San Juan; los Huarpes sanjuaninos eran cada vez menos en cantidad; su carácter poco belicoso, distinto del de los araucanos, incas o de sus vecinos indígenas, los llevaba a retacear esa forma de lucha o a prescindir de ella. Sin embargo, los Huarpes sanjuaninos estuvieron finalmente en la lucha junto a sus hermanos indígenas. En 1712, en combinación con los pehuenches atacaron las ciudades de Cuyo e incendiaron San Luis de La Punta. En 1788, los pacíficos Huarpes de Huanacache rompieron hostilidades con las poblaciones cercanas, y la región debió ser auxiliada con refuerzos desde Buenos Aires. 

Diego Escolar, investigador de la Universidad Nacional de Cuyo y del CONICET, en su investigación sobre "Los "últimos caciques" de Cuyo. Tierras, política y memorias indígenas en la Argentina Criolla", da cuenta de "la larga defensa de sus tierras que los caciques de Mogna -tierra de Huarpes, fundada por Huarpes-: Diego, Santiago, Francisco y Juan Pascual Alcani realizaron a lo largo del siglo XVIII y hasta principios del siglo XIX", una vez que Mogna fue refundada en 1753. Después del gran alzamiento calchaquí de 1632 –"al que se plegaron los diaguitas sanjuaninos (norte de San Juan), amenazando tomar la ciudad de San Juan"-, y de la gran represión sobreviniente, según refiere Escolar, "los indios de Mogna fueron encomendados, repartidos y desnaturalizados en otras partes de San Juan, probablemente cerca de la ciudad y tal vez en Chile". No obstante, los habitantes de Mogna "constituyeron… la resistencia más fuerte al dominio español en la provincia de San Juan".

Una leyenda cierta o aproximada a la verdad, da cuenta de la última sublevación huarpe en Tamberías, en la que su jefe, el cacique Huazihul, fue derrotado por fuerzas superiores en lo militar, más nunca en el espíritu y moral del pueblo huarpe, que sobrevive en sus descendientes directos y también en su descendencia mestiza, dada la fusión genética y cultural de huarpes y españoles que se produjo prácticamente en forma inmediata después de la fundación de San Juan.

De acuerdo al investigador de la UNSJ, Lic. Alejandro Manuel Salazar Peñaloza, en San Juan existen actualmente dos grandes comunidades indígenas -la Huarpe y la Diaguita-, que intentan organizarse como tales y se encuentran en "etapa de germinación". Sus reclamos son comunes a otras comunidades del país (Mendoza, San Luis, Chaco y Formosa, entre otras) en lo que atañe a tierra, agua, salud y justicia. En cuanto al Pueblo Huarpe en particular, en la actualidad lo integran en territorio sanjuanino seis comunidades: Comunidad Sawa (ubicada en el Departamento de 25 de Mayo); Comunidad Talquenca (ubicada en el Departamento de Sarmiento); Comunidad Esperanza Huarpe (ubicada en el Departamento de Sarmiento); Comunidad Cacique Colchahual (ubicada en el Departamento de Sarmiento); Comunidad Cacique Gabriel Pismanta (ubicada en el Departamento de Iglesia), Comunidad Territorios del Cuyum (ubicada en el Departamento de Rivadavia). Solamente esta última comunidad se encuentra en zona peri-urbana, las demás en zona rural, y en la mayoría con un restringido acceso. El pueblo de Mogna y las comunidades huarpes y diaguitas de San Juan esperan ser parte de un desarrollo humano, social, cultural, técnico y material que, en forma integral, y ya sin más demora, les alcance plenamente, sin excepción, como a cada sanjuanino y sanjuanina que mora en nuestro suelo.

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