Pecho de lata, de corazón blando: llora y hace llorar

Si hubiera una forma de medir los sentimientos de Carlos Castro se comprobaría que los niveles de apasionamiento por el fútbol y la política son de idéntico status. Es posible que con su interlocutor pase sin escalas o solución de continuidad de hablar de deporte a la realidad política de San Juan y Argentina. Está hiperinformado, lo que le permite abordar con fluidez absoluta una discusión sobre tal o cual tema.

Por esa amplitud de conocimientos es que puede dialogar con todo el mundo, pues si a la otra persona no le gusta hablar de Messi, entonces hablará de Cristina Kirchner, Macri, Milei, Uñac y si no, de lo que pasa a la vuelta de la esquina. Aún así hay cosas en las que está totalmente definido. Por ejemplo: que es Radical a morir. Y en otras no tanto: dice ser hincha de Independiente, pero en realidad es para ocultar su fanatismo por River Plate.

Claro que a cada charla, en lo más acalorada de la discusión la matizará con sus ocurrencias, su humor espontáneo, su risa contagiosa que preceden al caer en la conclusión de los participantes de la tertulia "del cuento que te sacó Carlos Castro". Será que siempre sale jugando por el lugar menos esperado por su experiencia en sus años mozos como árbitro de fútbol.

Hace rato que pasó los 70 años y va camino a ser octogenario. Le dicen Pecho de Lata. Será por lo grande y endeble de su corazón, o su condición solidaria. Es que su vida transcurrió siempre ligada a lo social integrando o presidiendo las comisiones del templo, unión vecinal o de su amado Club Atlético Huaco. Es ahí donde está su mayor debilidad. No puede evitar el consejo, la arenga, el aliento para el equipo en cada entrenamiento y partido. Como tampoco sus discursos en cada aniversario del club de fútbol más viejo de la provincia (nació el 25 de mayo de 1901). Es que una celebración sin su discurso no es tal. La misma gente pide su presencia en el escenario frente al micrófono.

Y es allí donde más reluce su pecho henchido de emociones. Dueño de una gran oratoria, habla desde lo más profundo de sus sentimientos, de su corazón. Sin embargo, sus gestos, su voz quebrada, sus lágrimas derramadas a raudales, el despojo de todo pudor para expresar lo que realmente siente, dicen más que sus palabras. Llora y hace llorar a todo el mundo. Incluso a sus más cercanos, que a sabiendas que ya superó dos ACV (que por suerte fueron leves), temen por la ocurrencia de un nuevo episodio ante tanto derroche de emotividad.

 

Habla de fútbol, política, economía o de las simples cosas de la vida, con la misma versatilidad.

 

Hace varios años, los tironeos de la vida lo trajeron a vivir "a la ciudad" (Chimbas), como a tantas decenas de familias huaqueñas, pero no pudo arrancar sus raíces. Vive más allá que acá. Es que es su hábitat natural, su lugar en el mundo. Lo es Huaco, no ya el Centro del pueblo donde tiene su origen, porque es bienvenido por cualquier vecino del Barrio Olivares o El Alto, los otros conglomerados pueblerinos.

Por eso es que su verba discursiva también está presente en cada una de las celebraciones de los clubes de fútbol de esas barriadas, es decir en el Juventud Unida y el Buenaventura Luna.

Esa bonomía es la que hace que en cada lugar, cada evento, comparta la mesa con cualquiera. Porque es respetado y respeta, porque se siente uno más entre todos y todos lo consideran como propio, como el más auténtico huaqueño.