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L-Gante: Un fenómeno imparable

¿Por qué el éxito de la estrella de 22 años y su "cumbia 420 pa’ los negros" genera bronca e indignación pública en nombre de la cultura? Las claves de un fenómeno popular que alerta a los defensores de la cultura hegemónica. 

Elián Ángel Valenzuela es un pibe de barrio. Más específicamente, de Barrio Bicentenario, General Rodríguez, Provincia de Buenos Aires. A Elián le gustan el rap, el reggaetón, el Pity Álvarez, el Indio Solari, el folklore y la cumbia. A los 13 años soñaba con armarse un estudio de grabación, a los 15 se juntó con un dj (DT Bilardo) y a los 21, bajo el nombre artístico L-Gante, se transformó en el artista con más ingresos simultáneos en la historia del chart de Billboard Argentina, con 10 temas al mismo tiempo. Eso es sólo un indicador de carácter estrictamente comercial que da cuenta de algo mucho más importante: durante el verano 2020-2021, todo el país bailó por lo menos un tema de Elián.

L-Gante "no quiere hacerse cheto, quiere hacerse millonario".
Algo de eso logró L-Gante al salir a la cancha sin escindirse del núcleo al que tiende su generación, cruzando rap y reggaetón con otro elemento de la cultura popular argentina que tiene sus propias implicancias y que, para él, es el corazón de su propuesta: la cumbia villera. A finales de los 90, una poética de la cruda realidad de los expulsados del sistema -esos a los que les faltaba trabajo y les sobraban motivos para enfrentarse con la policía- le pegó una cachetada a la sociedad argentina. Era esa la realidad de tanta gente, que el éxito comercial fue inevitable y una generación entera bailó al ritmo que nació como espejo de la crisis.

L-Gante inyectó de nuevo a la escena ese ritmo y su característico agenciamiento de la jerga popular, modos de nombrar y entender que son moneda corriente en la calle, pero no en los circuitos legitimados por la cultura hegemónica. La realidad de las más de 4 millones de personas de nuestro país que hoy viven en barrios populares, villas o asentamientos, entró en el imaginario colectivo una vez más, sin tapujos ni eufemismos.

L-Gante define su música como "cumbia 420 pa’ los negros".
L-Gante no le gusta a la clase dominante por tres motivos. Primero, porque le recuerda que sus intereses y sus aspiraciones estéticas e identitarias no son las de toda la sociedad. Segundo, porque su éxito evidencia que las políticas de Estado que acercan a los sectores vulnerables herramientas para su desarrollo -los planes sociales que tanta energía se ha empleado en denostar- son efectivas. Y no sólo eso, sino que no se corresponden con la idea de clientelismo político. Elián no manifiesta una posición político-partidaria pública. Sin embargo, tiene una honestidad simple respecto a su historia. Entonces, dice que grabó su primer hit con la computadora de Conectar Igualdad y un micrófono de $1000, y que su casa en Barrio Bicentenario se la entregó a su madre el Gobierno Nacional en 2010 después de que perdiera la casa en la que vivían antes. Tercero, porque vive el éxito como vive su vida, como sabe vivir, no como dicta la hegemonía; y eso hace que el fenómeno cultural que genera no sea un espectáculo para contemplar, sino un vehículo para la acción. Por eso recorre los barrios populares del país y la región haciendo shows gratuitos, repartiendo mercadería, cortándole el pelo a los pibitos. Por eso diseñó y salió a vender barbijos para juntar plata y grabar un videoclip. Por eso compró 4 Mercedes Benz y regaló 2. Por eso participa en altercados barriales. Por eso habla con una sonrisa pícara y cómplice, que no ignora que hay cosas que no se dicen, pero se saben. Por eso hizo una versión del abecedario, para los chicos que se aprenden de memoria todas sus letras. Por eso si lo invitan a cualquier canal de televisión, va. Por eso no le niega una foto a nadie. Por eso "no quiere hacerse cheto, quiere hacerse millonario". Porque L-Gante vive el éxito como vive la vida un pibe de barrio, como la viven unos cuantos millones de pibes argentinos que a la clase dominante le gustaría obligar a contemplar otra cultura, en vez de aceptar que la suya existe y puede disputar espacios de poder.

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