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El poder de nuestros gestos

Cuando era niño solía pasar las tardes bajo el árbol de mi casa, leyendo mitología griega. Me atrapaban las historias que, a mi juicio, tenían un gran contenido metafórico. Entre mis historias favoritas estaba la de Pigmalión, un príncipe que buscaba a la mujer perfecta para que fuera su pareja. Pigmalión era extremadamente exigente y perfeccionista, así que nunca encontró a la mujer de sus sueños. Sin embargo, no se dio por vencido. Decidió esculpirla en piedra. Trabajó días enteros de modo incansable tallando la roca y adaptándola al detalle a la imagen que él tenía en su mente de la mujer ideal. Al finalizar la obra, quedó tan conforme y admirado con la belleza de la escultura, que se enamoró de ella. Le puso por nombre, Galatea. Pigmalión hablaba con la estatua, cada día, simulando que ella lo escuchaba. Le confiaba sus secretos, le expresaba su amor y admiración en cada gesto y en cada palabra. Cuenta la historia que la diosa Venus notó que el amor de Pigmalión por la estatua Galatea era tan profundo, que se apiadó de él y dio vida a aquella estatua. Fue así que una mañana Pigmalión se despertó con un beso de Galatea como muestra de cariño. Y se sintió feliz de que sus deseos se habían vuelto realidad.

Esta historia se instaló con gran relevancia en mi mente de niño inquieto y mucho después, en mis años de investigación y estudio de la Comunicación No Verbal, me encontré con las experiencias realizadas por el Dr Robert Rosenthal quien fue docente de la Universidad de Harvard por más de treinta y cinco años. Fue así que la historia de Pigmalión volvió a mi mente. Junto a Leonore Jacobson, Directora de una escuela en San Francisco, Rosenthal analizó el "efecto Pigmalión". Un fenómeno que permite comprender con claridad lo que sucede cuando expresamos con nuestros gestos y palabras, la expectativa que tenemos sobre las personas que nos rodean. Para demostrar esto, seleccionaron al azar a un grupo de estudiantes, de los que dieron unos informes falsos a sus profesores. Les indicaron que esos jóvenes eran los mejores promedios en sus escuelas de origen y que, por lo tanto, podían esperar mucho de ellos. Al finalizar el año estos alumnos terminaron destacándose efectivamente, como los mejores promedios. ¿Cómo se explica que adolescentes que, inicialmente eran iguales al resto, terminaran siendo los más brillantes de su clase? Tal como le sucedió a Pigmalión con Galatea, las expectativas que sus maestros tenían sobre ellos literalmente se hicieron realidad. Esto sucedió debido a que los docentes les dieron a dichos estudiantes, - de modo inconsciente-, un trato diferente respecto de sus compañeros. Les sonreían con mayor frecuencia, mantenían el contacto ocular durante más tiempo, al saludarlos los tocaban de un modo más afectivo y sus expresiones faciales eran más amigables.

La moraleja de esta historia es que nuestro lenguaje corporal puede convertirse en nuestro superpoder. Podemos transformar nuestro entorno con nuestro lenguaje corporal, si nos lo proponemos. Claramente podemos motivar a quienes nos rodean si pensamos que son personas importantes, valiosas e inteligentes. Quizá "el secreto" radique en que necesitemos cambiar nuestra óptica y comenzar a valorar más a nuestros prójimos ya que con nuestro cuerpo expresamos sutilmente esas expectativas cuando interactuamos y dicho mensaje es comprendido – aunque a veces de manera inconsciente – por nuestros interlocutores.

Ojalá podamos comenzar a ejercitarnos en la tarea de mostrarnos más comprensivos con los demás e interesados de verdad en su bienestar. Ya no como resultado de técnicas o estrategias - que se venden a diario en internet -, basadas en la simulación. Sino como un cambio de paradigma en nuestras vidas, considerando a las personas que nos rodean tan dignas como nos consideramos a nosotros mismos. Si logramos esto, pondremos en juego esa gran habilidad que los humanos poseemos de expresar y contagiar con nuestro cuerpo las mejores emociones y los deseos más profundos, tal como lo hizo Pigmalión, recordando que, como siempre decimos en nuestro laboratorio, nuestro cuerpo no sabe mentir.

Hugo LescanoDirector del Laboratorio de Investigación en Comunicación No VerbalConsultor de la OEA (Washington DC) en Negociación y Comunicación no VerbalInstagram: @hlescanowww.HugoLescano.com

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